La carrera artística

La guitarra más universal

De Lucía expandió los límites del flamenco con innovaciones técnicas y el diálogo con otros géneros. Las alianzas con Di Meola, McLaughlin y Corea tuvieron un impacto internacional

Paco de Lucía, con Joan Manuel Serrat, en 1986.

Paco de Lucía, con Joan Manuel Serrat, en 1986.

JORDI BIANCIOTTO / Barcelona

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En sus cinco décadas de carrera, Paco de Lucía fundió la mayor credibilidad jonda con una vocación exploradora para inventar pautas propias en lugar conformarse con cubrir de un modo excelente las ya existentes. Creció en el diálogo íntimo con el cantaor, pero sus obras fueron desbordando ese marco y asumiendo ambiciosas misiones instrumentales y fusiones con otras músicas. Y sacó el flamenco de los patios populares y lo plantó en los teatros y auditorios más prestigiosos, antes en el extranjero que en España, siguiendo el rastro del pionero Sabicas.

La modernización y universalización del arte jondo y de la guitarra flamenca se derivan fácilmente de una mirada global a su obra. De Lucía ejemplifica como el que más la idea de que antes de transformar una expresión creativa conviene conocerla y cultivarla a fondo. El flamenco ortodoxo inspiró sus primeros pasos empezando por el dúo que formó con su hermano Pepe, Los Chiquitos de Algeciras,que publicó un álbum en 1963, cuando el guitarrista tenía 16 años.

En su temprana proyección internacional jugó un papel clave el emprendedor equipo alemán de manágeres Lippmann + Rau, que trajo a Europa a bluesmen como Sonny Boy Williamson, Muddy Waters y John Lee Hooker (causando, sobre todo el primero, una revolucionaria impresión en los seminales Rolling Stones y Animals). La agencia les organizó giras bajo el título de Festival Flamenco Gitano, al tiempo que De Lucía, inquieto, dejaba, a finales de los 60, su Algeciras natal para instalarse en Madrid y emprender una de sus relaciones artísticas más duraderas con Camarón de la Isla. Pero, mientras florecía esa colaboración, el guitarrista desarrollaba al mismo tiempo una carrera personal con la que dio a entender que acompañar a un cantaor, por muy ilustre que fuera, no era su meta preferente. Aunque se reconocía faltado de cierta educación académica (lamentaba no saber leer partituras), su música más personal expresó una voluntad por sofisticar las armonías e introducir innovaciones rítmicas. En este último campo hay que recordar su introducción, en el flamenco, del cajón peruano, hoy tan asentado en ese imaginario. Fue en 1977, tras una gira por Latinoamérica, cuando lo incorporó a su sexteto con el fichaje del brasileño Rubem Dantas.

Entre la rumba y Falla

Antes de eso, en Fuente y caudal (1973) ya había integrado los bongos y el bajo eléctrico, con resultados no solo artísticamente reveladores, sino muy accesibles al gran público. La instrumental Entre dos aguas, con su cadencia bailable de rumba progresiva (contemporánea del gipsy rock de Smash o Las Grecas) le llevó a las listas de éxitos y a las pistas de las discotecas. Pero colocarlo en una casilla estable siempre fue un error: frente a esos experimentos populares, De Lucía podía ofrecer recitales desnudos y severos, tan solo acompañado por su hermano Ramón de Algeciras (como el que ofreció en 1975 en el Teatro Real de Madrid, una gesta inmortalizada en disco), o afrontar, a su libre manera, un sesudo temario clásico como el de Paco de Lucía interpreta a Manuel de Falla (1978).

Quería hacer con el flamenco lo que António Carlos Jobim aplicó a la música brasileña. Una renovación armónica abierta a diálogos con géneros como el jazz, y ahí encajó su operación internacional más vistosa, el trío con John McLaughlin y Larry Coryell, en el que este último fue suplido por Al Di Meola en su segunda encarnación, que se saldó con un millón de discos vendidos en todo el mundo. Tiempos de fértiles combates de talentos y egos, y de frenética creatividad en varias dirección, con la creación de un sexteto estelar (en el que atrajo al flamenco a músicos de jazz como Carles Benavent y, más tarde, Jorge Pardo) y discos como Solo quiero caminar (1981).

En adelante, nuevas alianzas con músicos ajenos al flamenco, como Chick Corea (Zyryab), y mutaciones y subdivisiones del septeto con la vista puesta en la caza de nuevos talentos. Unos cuantos catalanes en sus nóminas de colaboradores: además de Benavent, está Joan Albert Amargós y los emergentes Cañizares, Duquende y Montse Cortés. Y un aura de músico-gurú, solicitado para dar toques de singularidad a muchas grabaciones, desde Utopía (Serrat) a Si tú me miras (Alejandro Sanz), pasando por otras de Santana, Ravi Shankar, Quincy Jones, Michael Kamen, Djavan, Pavarotti, Giorgos Dalaras, Nitin Sawhney... Objetivo cumplido: su guitarra flamenca de etiqueta es llorada desde ayer como parte de un patrimonio universal.