El perseguido escritor italiano publica su último libro, 'CeroCeroCero¿

Qué hay tras una raya

El autor de 'Gomorra' dice que prefirió escribir la verdad y no una novela, pero que le ha salido una historia que parece inventada

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib

R. D.
ROMA

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Las páginas de CeroCeroCero, el último libro de Roberto Saviano, también autor de Gomorra, son la revelación pormenorizada de lo que hay detrás y dentro de la dosis para el sábado por la noche con los amigos. El aprendizaje de la crueldad en Guatemala, para saber cómo torturar a un hombre dejándolo vivo el mayor tiempo posible; la agudeza de un camello que con un sola una mirada capta a un cliente para la coca A, la B, la C, la D o la blanca, la más pura. Hasta en la droga hay clases sociales, y precios  según el IPC de los países.

Están las guerras de los narcos en México, los pactos entre mexicanos y colombianos, entre colombianos e italianos, la historia de la apertura de las rutas hacia Europa pasando por África y de las que transcurren por EEUU y llegan a Galicia. Están los Boeing, ni siquiera avionetas, que surcan los cielos del Caribe, aeropuertos escondidos en el Amazonia, barcos, submarinos -serían unos cien- que abren sus vientres con 100 o 200 kilos de cocaína en algún puerto, y las naves nodriza que paran motores en pleno océano para descargar mil toneladas de droga a los pesqueros que la desperdigarán, hasta las dosis que llegan al portero, la peluquera, el arquitecto de moda, el jefe de tu despacho, el limpiacoches, el carnicero, el cura, el bedel o el diputado.

Cofradías de la droga

En las 500 páginas del libro hay más. Los ritos de iniciación para ser admitidos en un clan, con nombres que parecen salidos de las cofradías católicas; capos legendarios subidos a los altares de la alucinación por pueblos de parias que trabajan por un puñado de dólares mientras enriquecen a los jefes. Están los capos que pujan en Madrid por la mercancía que está aún en Colombia, que viajará a México con la complicidad de cientos, quizás miles de policías corruptos, jueces corruptos, banqueros corruptos y llegará a Norteamérica y producirá unas ganancias que luego cotizarán en Wall Street, la City y en sociedades legales para blanquear un dinero ilegal, que se invertirá en campos de fútbol para jóvenes, colegios, iglesias, escuelas, carreteras, bancos que hundirán a otros bancos, financieras que se lucrarán con las inversiones de los ingenuos que, sin saberlo, se transformarán en blanqueadores.

«El mundo de los que creen que se puede vivir con la justicia, con las leyes iguales para todos, con un buen trabajo, la dignidad, las calles limpias, las mujeres iguales a los hombres, es solo un mundo de maricas que creen que pueden engañarse a sí mismos». Es la lección que imparte el capo mafioso a sus discípulos, para que se enteren los ciudadanos de bien que votan, no tiran papeles al suelo, reciclan y no matarían nunca a un semejante porque tan siquiera sabrían cómo. En el bando contrario, los polis buenos, los que solitariamente se infiltran en los clanes para ser, tal vez, traicionados por sus compañeros por millones de dólares. Si para la coca se citan kilos y toneladas, los beneficios que produce se cuentan siempre por millones. Pagas uno y cobras cien, ese es el resultado de la inversión en la cocaína. «La mayor empresa que da beneficios», que se combate «con leyes inadecuados».

Saviano explica que prefirió escribir un libro verité en lugar de una  novela, pero le ha salido una historia que parece inventada. Tal vez porque es mejor no saber y seguir el consejo del Gran Inquisidor de Dostoievski en los Hermanos Karamazov, que Saviano conoce de memoria, cuando dice y escribe que conocer exige responsabilidad. Aunque «todos parecen estar distraídos».