CRÓNICA

Un circense juego narrativo

El trabajo de José Luis Gómez e Inma Nieto no logra levantar 'El principito'

Inma Nieto y José Luis Gómez, en un momento del montaje de 'El principito' en el Lliure de Gràcia.

Inma Nieto y José Luis Gómez, en un momento del montaje de 'El principito' en el Lliure de Gràcia.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL
BARCELONA

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Llevar un mito literario a escena como el libro de Saint-Exupéry significa asumir riesgos importantes. Nada es tan complejo como enfrentarse al imaginario del espectador que, en un momento u otro de su vida, ha sido lector de un cuento como El principito. La versión creada por el director italiano Roberto Ciulli, estrenada hace 14 años en Alemania por el Theater and der Ruhr, acaba de llegar al Lliure de Gràcia producida por el Teatro de la Abadía.

El tirón del director de este teatro madrileño, y también actor y académico, José Luis Gómez y la de una luminosa Inma Nieto son las bien jugadas bazas, en lo interpretativo, para atraer a una audiencia que el día del estreno reunió a la flor y nata del mundo teatral barcelonés.

Pero ni esas cartas ni la estética de un espectáculo muy visual y lleno de carga simbólica consiguen prender la mecha del interés, a pesar del esforzado y delicado trabajo de los protagonistas, ejecutado con la magia circense de los mejores clowns.

Ciulli plantea la revisión del cuento desde la óptica de un anciano que se prepara para su último viaje. Es un hombre que se aleja de su universo acarreando una maleta con ropa y zapatos de niño, un sombrero y una botella de anís. La inocencia del original se transforma en un relato lúcido y agridulce. El adulto pequeño príncipe es ahora un personaje que se siente extraño en su planeta y que no sabe muy bien hacia dónde va.

El espectador no acaba de engancharse al juego dramatúrgico propuesto porque se pierde en la confusa identidad del protagonista y su partenaire, la joven que se encuentra por el camino y que hace las veces de flor maravillosa, aviador, rey, zorro o serpiente.

DETALLES Y SUTILEZA / No faltan elementos para vestir la narración. Ahí están la bici con alas, el avión caído en tierra y los juegos con la tiza. Ella dibuja un cordero, un ataúd donde puede acostarse un hombre y traza los rituales para ahuyentar una muerte cuya sombra siempre reaparece.

Hay mil detalles y sutilezas, como ese inspirado pasaje del beso de la serpiente, pero lo mejor está en la mirada alucinada y la exhibición mímica de un maestro como Gómez o en la inocencia aniñada de sugerente Nieto. Ellos son lo mejor de una función que no consigue levantar el vuelo de la emoción y la fantasía que son el bagaje principal del universal cuento.