ANTOLOGÍA NARRATIVA

El asombro de Ednodio Quintero

El celebrado escritor venezolano publica en España su libro de cuentos 'Ceremonias'

Ednodio Quintero, en su reciente visita a Barcelona.

Ednodio Quintero, en su reciente visita a Barcelona. / ALBERT BERTRAN

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Un puñal tatuado en un vientre femenino cumple su destino. Un viejo que teme la muerte contempla cómo esta se acerca a caballo. Rituales antiguos, fantasmagorías crueles, fantasías que harían las delicias de Kafka. Son algunos temas e ingredientes de los relatos del venezolano Ednodio Quintero (Las Mesitas, Trujillo, 1947), grande del cuento latinoamericano, respetadísimo hacedor de historias. Escribió muchas, pero hace más de una década que se hartó del género. «Sentí que ya dominaba la forma y me abandonó la ilusión. A veces me vienen argumentos y me tienta la idea de escribirlos, como el de aquel taxista que traslada a su pasajero al mismo lugar en el que lo recogió. Pero no, no voy hacerlo. Hoy las novelas me permiten formas mas abiertas, más interesantes», explica el autor, que ha pasado unos días en España, donde en el 2004 se dio a conocer con su novela Mariana y los comanches.

Quintero no reniega de sus primeros cuentos, en la estela de los de Julio Cortázar, con los que muchos jóvenes en su país descubrieron la literatura. Hoy Tatuaje, la historia del puñal, por ejemplo, se reproduce en 300 páginas web. Candaya acaba de publicar Ceremonias, un libro que abarca lo mejor de su producción primeriza, entre 1974 y 1994, y que, con el ya editado Combates, ofrece una completa perspectiva de su trabajo en el género.

Cuando tenía 25 años e iba para ingeniero forestal, a Quintero le premiaron un cuento con Juan Rulfo y Juan José Arreola en el jurado. En Venezuela apenas se enteraron; la fama le vendría más tarde. Aquello ni siquiera le sirvió para conocer a Rulfo cuando viajó a México, porque el día antes de la cita el autor de Pedro Páramo había agarrado una curda importante y excusó por teléfono su asistencia. De Arreola, la otra gloria de las letras mexicanas, guarda otros recuerdos. «Le destaparon un busto en Guadalajara y él se sentía más que cómodo, hinchado de orgullo. No hay nada que me horripile más en un escritor».

Quintero es un hombre a quien todavía hoy, a los 64 años, le asombran sus propios misterios. ¿Cómo es posible que un muchachito de un pueblo perdido de los Andes venezolanos, de apenas 500 almas, llegara a entusiasmarse con la literatura japonesa? ¿Cómo acabaría ésta filtrándose en sus primeros cuentos cuando apenas si la había leído? Las afinidades siguen extraños caminos. «Llegué a los escritores japoneses por Rashomon, de Akira Kurosawa, y a esa película por el impacto que me produjo una adaptación norteamericana. A partir de ahí conocí a Agutagawa, a Tanizaki... Así me hice japonólogo». A Quintero, ojos rasgados, piel curtida, malicioso, le gusta contar con detalle la falsa historia de que es hijo de un japonés errante que dejó su semilla en Venezuela y luego escapó. Una vez lo hizo con tal convencimiento que engañó a Bernardo Atxaga, quien repitió la historia en un congreso.

Su trabajo en la selva como ingeniero le dio ocasión de visitar los 23 estados de su país, mientras los macheteros le desbrozaban el camino. También aprovechó para escuchar relatos de jaguares, oír sus rugidos en la espesura y revivir sobre el terreno muchas de las graciosas historias que le contaban sus tías -«luego me he dado cuenta de que eran igualitas a las de Las mil y una noches»- o su verdadero padre, que lo tuvo a los 54 años pero nunca lo abandonó.

Quizá el ingrediente más genuino de los relatos de Quintero sea el de sus propios sueños. «Una cita de Borges dice que la literatura no es más que un sueño dirigido. Uno de mis cuentos, Casa, es la fiel transcripción de un sueño, apenas le cambié el final. Yo suelo tener sueños espectaculares y, por suerte, los recuerdo al despertar».

Hoy Quintero no reconoce la Venezuela en la que nació. La violencia de sus cuentos es apenas un estado mental. «Es una especie de sublimación, porque yo soy una persona muy tranquila». La violencia social le exaspera mucho más. «Mérida, la ciudad donde vivo, era tan amable que cuando robaban un coche salía en los periódicos, pero eso ya cambió. El otro día mataron a un profesor en el mismo puente que yo solía atravesar con mi hija de vuelta del cine. Es terrible».

La forma de no dejarse vencer para Quintero es continuar con su trabajo. Ahora está empeñado en escribir las historias de su propia crónica familiar. ¿Será una forma de regresar al cuento? «Quizá. Ya veremos».