UNA NOVELA CORAL EN LA ESTELA DICKENSIANA

El Londres 'cool', en la mesa de disección

John Lanchester traza en 'Capital' un fresco multiétnico

El escritor británico John Lanchester, en un céntrico hotel de Barcelona, ayer martes.

El escritor británico John Lanchester, en un céntrico hotel de Barcelona, ayer martes.

Elena Hevia

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Habrá quien defina Capital (Anagrama) como la respuesta británica a 'La hoguera de las vanidades' de Tom Wolfe. Parecida mala leche, mismo sentido del humor, misma intención sociológica en el retrato de una ciudad. Donde el norteamericano construyó una superproducción sobre Nueva York, el inglés John Lanchester (Hamburgo, 1962) ha colocado el foco en una sola calle de Londres, pero le sobra y le basta para reflejar a través de los personajes que la pueblan la variopinta sociedad británica poco antes de la caída de Lehman Brothers, es decir, del pistoletazo de salida oficial de la crisis. Ahí están, por ejemplo, un amo del universo de las finanzas de la City y su hiperconsumista esposa, un paquistaní propietario de una tienda con un hermano fundamentalista, un albañil polaco y una canguro húngara, una joven promesa futbolística descubierta en Senegal, un artista cuyo verdadero nombre nadie conoce y que ha llegado a las galerías de arte gracias a sus grafitos callejeros (inevitable pensar en Banksy) y una anciana solitaria, ejemplo de los viejos valores.

Que nadie se moleste en buscar la calle Pepys en el Street View de Google, porque las dos que aparecen no son la imaginada por Lanchester, que se ha limitado a mirar por la ventana de su barrio, en Clapham, hacia una zona de casitas construidas en el siglo XIX que empezaron a revalorizarse a finales de los años 90 del siguiente siglo y fueron pasto de los tiburones de las altas finanzas en el XXI. «Empecé esta novela en el 2006, consciente de cómo se estaba disparando el sector inmobiliario e intuyendo el crash cercano, pero entonces no podía llegar a imaginar que la crisis iba a ser tan global».

Hijo de un empleado de banca que paseó a su hijo por los principales enclaves del imperio -Calcuta, Rangún, Brunéi y Hong Kong-, a Lanchester, de regreso, le costó reconocer la vieja metrópolis en el Londres de martinis con lichís, restaurantes de tres estrellas y artistas de cachés millonarios bendecidos por la galería Saatchi. «Los londinenses no se dieron cuenta -o no quisieron hacerlo- de este cambio espeluznante porque fue muy paulatino».

Desigualdades sociales

No le gusta al autor de Capital subrayar la intención crítica que claramente tiene la novela. «Creo que más bien es porque está implícita en la descripción». Y por esa razón quizá Charles Dickens -la de Lanchester es una novela en su estela- no le hubiera hecho ascos. «No quiero compararme, por supuesto, pero creo que este Londres del siglo XXI interesaría mucho a Dickens, porque en cierta forma se están dando unas desigualdades sociales no muy distintas a las que existían en la época victoriana». Jugando a las posibilidades también imagina lo que hubiera pensado Karl Marx, londinense de adopción, más allá del homenaje que supone el título de la obra. «Creo que le gustaría porque se sentiría reivindicado».

Tanta información sobre la crisis acumuló el novelista que le dio para elaborar una obra de ficción, esta novela, y un ensayo divulgativo titulado ¡Huy!, por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar. Hoy se siente saturado, cansado pero con la sensación de no haber eludido su responsabilidad civil. «Pero he escrito sobre el tema más de lo que hubiera querido».