UN EJEMPLO DE 'CROSSOVER' ENTRE LA LITERATURA JUVENIL Y PARA ADULTOS
Un rostro ante el espejo
'La lección de August', de R. J. Palacios, la historia de un niño con la cara deformada, es una de las sorpresas de la temporada El libro no es solo una historia de autosuperación
Imaginen la escena: una madre está junto a una heladería con sus hijos de 3 y de 10 años, cuando descubre que el más pequeño se ha puesto a llorar de miedo y que el grande no deja de tragar saliva y mirar a otra niña. Esa niña tiene la cara repulsivamente deformada, por un accidente o por una anomalía, tanto da. Al descubrirlo, avergonzada, la madre se aleja con los hijos y oye a su espalda que la otra madre dice a la pequeña: «Bien, creo ya que es hora de irse». Esa escena, dura, real, difícil de evitar, la vivió la neoyorquina R. J. Palacios y la reprodujo en la novela que le inspiró, solo que contada con el punto de vista de quien sufre el rechazo. Es decir, de esa niña, en la ficción convertida en Auggie, el protagonista de La lección de August -en la traducción al castellano de Diego de los Santos para Lumen; Wonder en la de Imma Falcó para La Campana): una de las sorpresas de la temporada a poco que uno olvide las orejeras del cinismo.
Porque el Auggie de la ópera prima de Palacios, el niño de 10 años con la cara deformada, está a punto de ir a la escuela, una escuela tan normal que en ella va a descubrir que los alumnos le llaman orco, zombi, monstruo, alien, ET, Freddy Krueger... Y porque deberá enfrentarse a ello sin una sola receta mágica.
Hasta aquí, La lección de August podría ser otra historia más de autosuperación, una revisitación del blockbuster ochentero Mask, con Cher como madre motera de un niño elefante. Podría ser otra versión teen del célebre Joseph Merrick, convertido en mito del cine vía David Lynch. O podría ser otro best-seller con niño especial de fondo, en línea con El curioso incidente del perro a medianoche, con La habitación de Emma Donoghue y Paraules emmetzinades de Maite Carranza, incluso con el popular Pijama de rayas. Y sí, la obra de Palacios tiene algo de todos ellos, lo que no es poco. Y es cierto, tiene algún momento buenista, alguna pizca de moralina -los preceptos del señor Brown, a pesar de Homer Simpson- y hasta el tradicional happy end. Pero también, y de ahí el hallazgo, tiene tres armas infalibles, todas narrativas, todas capaces de hacer el libro más que recomendable para niños, a lo C. S. Lewis, hasta 99 años.
La primera de esas armas es el uso de los puntos de vista, ya que tras saber de Auggie y su mundo conoceremos a cinco narradores más, entre ellos dos de sus nuevos amigos, su hermana, el novio de esta... La segunda, unida a esta eficaz polifonía, es el uso del humor, un humor extraordinariamente humano que permite a la autora ser tan dura, y a la vez tan emotiva, como el tema requería. La tercera, en fin, más allá de la música, Facebook, Star Wars y hasta Harry Potter, es la que tal vez provoque más debate, porque... ¿es la sensibilidad un valor literario? ¿Hasta el punto de hacernos creer que ser considerado es mejor que tener razón? Si lo creen así, o si pueden llegar a creerlo, no olviden La lección de August. Pocos títulos sabrán romperles un espejo en pleno rostro sin hacerles menos daño.
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