CRÓNICA

La última clase de Josep Fontana

El historiador, de 80 años, se despide de sus alumnos preocupado por su futuro

Josep Fontana, al fondo, durante su última clase en la UPF.

Josep Fontana, al fondo, durante su última clase en la UPF.

ERNEST ALÓS
BARCELONA

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Una pequeña conspiración de colegas y exalumnos hizo que Josep Fontana se encontrara ayer con el aula de su curso de doctorado un poco más llena de lo normal. Cumplidos ya los 80 años, la de ayer era su última clase como profesor universitario. «No pienso hacer nada que se parezca a una especie de testamento», avisó a los intrusos. Testamento no, porque piensa seguir muy activo y obtuvo el derecho a mantener un despacho en la Universitat Pompeu Fabra a cambio de la cesión de su biblioteca personal. Pero no fue una clase más, sino una última lección sobre «la nueva etapa histórica» que vivimos desde hace 35 años. Más control social, más desigualdades, desmantelamiento del Estado del bienestar. Un cambio que se aceleró desde que los temores a una revuelta social (1968) o al comunismo (1989) se disolvieron. «Desde que los empresarios y políticos, por primera vez desde 1789, supieron que podían dormir tranquilos, que no necesitaban seguir pactando».

El veterano catedrático construye su última clase a partir de artículos deThe Economist,de Krugman, de Stiglitz, de Roubini, publicados las últimas semanas. Y explica muy claramente la corriente de fondo que une el thatcherismo, las últimas elecciones de Wisconsin y las políticas de austeridad «cuyo objetivo es aprovechar la crisis, no combatirla», además de pagar el verdadero agujero creado en las cuentas públicas: «Nos dicen que el problema ha sido que hemos malgastado dinero en escuelas y hospitales, pero el problema es la asunción por el Estado de la deuda privada, los créditos que dio la banca a los promotores y las hipotecas que dio a los ciudadanos para que les comprasen los pisos a estos».

No hubo testamento, pero casi. Demolida la ilusión del progreso continuo, «si para alguna cosa sirve la historia es para hacernos conscientes de que ningún avance social se consigue sin lucha», concluyó.

Y se acabó la clase: «No pasa nada, no veo que haya ningún motivo de celebración ni de lamentación. El problema real es el futuro, las grandes dificultades que tendrá la gente para pagar matrículas más elevadas y el descenso de los recursos para la educación. En lugar de lamentar que yo deje esto, lo que lamento es la suerte de los que os quedáis».