Festival Temporada Alta
La Zaranda lleva a Salt un «sainete esperpéntico» con fantasmas
«Nosotros pintamos sobre el escenario de una manera simbólica la España negra, la de Goya, Solana... Y la del esperpento», cuenta Paco de La Zaranda, director de la compañía jerezana que lleva su nombre y que mañana estrena en Temporada Alta un nuevo montaje: Nadie lo quiere creer (La patria de los espectros), a partir del texto de Eusebio Calonge.
Pintan, emocionan y trascienden. Lo llevan haciendo desde hace 32 años con su peculiar discurso escénico, aplaudido y premiado en medio mundo. «No queremos solo emocionar sino llegar al cerebro, a la conciencia. Hacer que los espectadores reflexionen y se miren al espejo». En su nueva creación, un «sainete esperpéntico», la define, han dado un paso artístico más. «Hemos pasado de la pintura a la taxidermia: los personajes son seres disecados».
Ante la platea del Teatre de Salt se asomarán tres fantasmas -los actores Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos-. Ánimas en pena que vienen «a jugar con quienes les contemplan». Son los últimos supervivientes de una casa de blasón y remota alcurnia. La señorial vivienda es ahora una desvencijada ruina, como lo son sus moradores. «Al igual que en otras obras hablamos de la devastación del tiempo. Tiempo íntimo que nos ocurre a nosotros y se puede extrapolar a todos», sostiene el director. Un ejercicio de memoria individual y colectiva presentado con el expresionismo visual y singular recreación poética de la compañía.
MUERTE Y EXPOLIO /Amigos de la abstracción, Nadie lo quiere creer es uno de los textos más concretos que han abordado, «lleno de imágenes» que les ha permitido acelerar el proceso creativo. Los personajes -o mejor «figurantes en esa patria espectral»- son la vieja y moribunda dueña de la casa y dos parientes que se quieren llevar la herencia. «Esta es solo la anécdota de la que partimos para hablar de nuestra propia historia y la de España. La España del sainete y del esperpento», agrega el creador andaluz. Es, dice, un retrato en blanco y negro. «El blanco de la mortaja del tiempo y el negro del vacío que representa el expolio de la mujer».
No falta la parca, presencia constante en sus obras y que aquí acecha a la vieja señora para destapar las miserias humanas y los mezquinos intereses. «Reírse de la muerte es lo mejor. El romanticismo siempre habló de la muerte y nosotros lo hacemos con el contrapeso del humor».
Humor y tragedia se unen en un universo zarandiano habitado por personajes extremos y al límite. Símbolos de la desesperación y desahucio humanos, con ellos dibuja La Zaranda unos cuadros «terriblemente vivos» que huye de las escenografías rutilantes y utiliza los objetos como recursos dramáticos. «Nos interesa la verdad. Y en todos nuestros trabajos, que son nuestras criaturas, dejamos trozos de nosotros. Sobre el escenario, no debe haber nada, ni una acción, ni un objeto ni una palabra que no haya brotado de nuestros sentimientos».
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