LA 67ª EDICIÓN DE LA MOSTRA
Álex de la Iglesia: "Voy a tirarme a un canal"
El cineasta considera su triunfo "una enorme alegría" para el cine español
«Pienso arrojarme a un canal. Si me seguís dentro de un rato, me veréis caer al agua. Espero no perder el móvil como lo he perdido esta tarde», aseguraba anoche Álex de la Iglesia, y seguramente lo hizo aunque no hay pruebas de ello. No es para menos. Poco antes, el jurado de la Mostra le había hecho entrega no de uno sino de dos premios por su Balada triste de trompeta, la primera de sus películas que compite en uno de los tres grandes festivales de cine (El día de la bestia lo hizo en San Sebastián).
«Me dijeron que algo caía y tal, y me hizo mucha ilusión», explicó también. «Pero pensé, no sé, quizá el premio a la persona más entregada, el premio a la persona más cordial del Festival». Cuando recogió el León de Plata que lo acreditaba como mejor director del concurso, se arrodilló ante Quentin Tarantino, probablemente porque sabía que, sin su enconado apoyo
-debe de ser un infierno discrepar con Tarantino--, la suerte de la película habría sido muy distinta. «¿No estáis absolutamente agotados de algo políticamente correcto, de productos que sabes cómo van a empezar y cómo van a acabar?», interpeló a los periodistas. «Es una enorme alegría para el cine español, porque no siempre todo sale mal», sentenció con alegría indisimulada.
El 2010 ha sido un año plagado de éxitos para el director vasco. Primero, en tanto que presidente de la Academia abanderó las espectaculares cifras cosechadas por el cine español, y logró que Pedro Almodóvar se reconciliara con el organismo. Luego, fue elegido Premio Nacional de Cinematografía 2010. Y, ahora, ha triunfado en Venecia con la que posiblemente sea su película más personal, su particular forma de despojarse de ciertos demonios del pasado: «Cuando era niño nunca sentí que pudiera ejercer como tal a causa del horror y el miedo que me rodeaban. Creo que eso mismo ha marcado a España como país. Deberíamos desprendernos de un pasado que nos obsesiona de manera directa o indirecta. Si no, acabaremos partiéndonos en dos».
La figura del payaso
Asimismo, en Balada triste de trompeta el cineasta pone imágenes a una de las figuras que configuran sus obsesiones como creador: el payaso, «una figura terrorífica y fuera de contexto, que lleva un vestuario incomprensible y que, a través de él, está siniestramente conectado con el sacerdote y el torero. Los tres visten trajes de luces, y los tres participan de un ritual de iniciación en el que hay un sacrificio».
Los payasos son seres esencialmente trágicos que buscan a toda costa la risa y el cariño de los niños, y por eso dice sentirse identificado con ellos: «Un director de cine también quiere ante todo que su público le quiera. No es casual que, cuando estaba preparando esta película, hubiera otro proyecto que quería rodar llamado Yo quiero tener un millón de amigos».
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