interferencias
La tecnología no lo es todo
LUCRECIA Y SU iPHONE
La colombiana Lucrecia Pérez se ha bajado una aplicación de iPhone que le permite disparar ritmos y manipular sonidos, así que sale solita al escenario y con el teléfono pegado al bajo o a la guitarra construye pacientemente las bases instrumentales sobre las que susurrará sus bonitas canciones. Más que disfrutado, su talento y valentía fue solo intuido, porque aunque la tecnología progresa, SonarDôme sigue siendo la oveja negra del festival. Es un escenario en el que si tocas con instrumentos reales sonar bien es una lotería, así que los conciertos parecen pruebas de sonido promocionales (con tres cámaras inmortalizando al artista y este dando órdenes constantemente al técnico para que le ajuste los volúmenes) más que actuaciones de verdad.
EL PARAÍSO DE CADA CUAL
En 2000 daba risa. En 2005 ni eso. Y en 2010 ya da cierta vergüenza tener que sortear a los anabolizados, los encebollados, los modelos-por-un-día, los mojitos y las majitas del Village para ir del Hall al Complex y viceversa. Cualquier habitual sabe que estos dos últimos son los escenarios más serios y con sustancia del CCCB, así que hay que hacer ese trayecto varias veces. Ayer la mayoría de premios estaban en Complex. El barcelonés bRUNA confirmó por qué su debut fue el disco más aclamado de 2009 en la electrónica estatal. Sus analógicas melodías iluminaron la tarde con ese brillo especial; imprescindible para no ser olvidado a los diez minutos. Y en directo contraste con la chicharra de ahí fuera, el grupo Bradien compuso su particular paraíso instrumental con trompetas, palmeras y una intervención del poeta Eduard Escofet.
EL VERDADERO 'POWER'
Ensombrecido por los cañonazos de luz de Ryoji Ikeda, cada tarde se han realizado dos pases del espectáculo POWEr en el auditorio del CCCB en los que los canadienses Alexandre Burton y Julien Roy generaban campos electromagnéticos con una bobina Tesla para crear haces de electricidad tan violentos e impredecibles como los rayos de una tormenta. Esas fuentes de luz y sonido son la base de una composición audiovisual centelleante, crepitante y aleatoria que puede recordar las abstractas sinfonías ruidistas de los finlandeses PanSonic, pero que, en esencia, nos recuerda que el 95% de artistas de Sónar no sabrán hacer nada si un día no llega la corriente hasta al escenario.
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