CRÓNICA
El hechizo de la multitud
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA Merino
Lorena Yera (25 años) y Eloi Costilludo (27) compaginan estudios y trabajo, no llegan a mileuristas y fundaron hace un par de años Barnamob, un colectivo consagrado a la organización de flashmobs, expresión que traducida del inglés significa «multitud instantánea». Andan tramando una nueva acción callejera para finales de mes, pero se resisten a revelar más detalles porque los participantes en estas movidas, por regla general jóvenes entre los 18 y los 35 años, se congregan exclusivamente a través de blogs, redes sociales (Facebook, Twitter) y mediante mensajes de móvil. «Las convocatorias se desvirtuarían si apareciesen anunciadas en la prensa», razona Costilludo.
Los mobbers se comprometen a ser puntuales, no armar lío ni dañar el mobiliario urbano y a dispersarse tan pronto acaben la acciones. ¿Y en qué consisten? Pues en viajar sin pantalones en el metro, representar una carrera como si fuese a cámara lenta, simular una guerra de almohadas, quedarse congelados… Otra variante es el lipdub o «doblaje de labios», un vídeo rodado en una sola toma en que un colectivo de personas baila y canta en playback. Por cierto, los estudiantes de Comunicación de Audiovisual de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) acaban de batir el récord mundial de participación en estas manifestaciones: 1.200 personas cantando en el campus de la Ciutadella Wake me up before you go go, de Wham!
Los publicistas ya han intentado usurpar la frescura que inspiran estos happenings colectivos. En lo que llevamos de año –quizá el periodo en que el fenómeno ha dado aquí el salto de internet a los medios tradicionales–, los fundadores de Barnamob, con 7.500 simpatizantes en Facebook, aseguran haber recibido al menos 40 ofertas de marcas y grupos de comunicación. Se han negado: como puristas del flahsmob, reniegan de interferencias crematísticas o políticas y solo aspiran a la diversión.
El colectivo barcelonés también ha recibido algún tirón de orejas. Los críticos se preguntan por qué no invierten tanta energía, creatividad y esfuerzo en causas solidarias. Lorena Yera defiende a los suyos: «Entre nuestros planteamientos no figura cambiar el mundo. Nos critican a nosotros y, en cambio, no dicen nada de los centenares de personas que acuden al fútbol o al cine a ver la misma película».
Ocio versus reivindicación
En una época individualista y poco inclinada a las movilizaciones sociales, llama la atención que estos juegos grupales y performances, que ya tienen algún libro y DVD en EEUU, consigan concitar tantas adhesiones. Jordi Mir, profesor de Humanidades de la UPF y miembro del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales, considera que es la cultura en la que vivimos inmersos la que fomenta este tipo de actividades. «El ocio se ha impuesto a la reivindicación. Resulta más fácil divertirse que analizar, debatir, argumentar o proponer». También influye, según Mir, la necesidad como individuos de actuar de forma colectiva. Algún sociólogo sostiene que los flashmob son fruto de la desafección hacia la política institucionalizada que sienten los jóvenes. Mir estaría de acuerdo con la premisa, aun cuando subraya que estas iniciativas, tal como se organizan ahora, nada tienen que ver con la política. «La pregunta a formularse –agrega– es si los jóvenes que participan en estas acciones han llegado a la conclusión de que no hay nada que hacer. En ese caso, tenemos un grave problema como sociedad». Un buen tema para la reflexión.
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