Dibujante

Purita Campos: «Los chicos leían 'Esther' en el baño»

Es la autora de 3.000 páginas de ‘Esther y su mundo’, un cómic que entusiasmó a las adolescentes de los años 70 y 80. Ahora Salvat las reedita en quiosco y Glenat saca nuevas historietas.

núria NAVARRO

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Es una mujer avanzada. Purita Campos (Barcelona, 1937), la primogénita de un taxista y una modista de la Barcelona de posguerra, estudió arte en la Llotja y fue una de las pocas mujeres de Bruguera. Ahora restaura algunas historietas viejas y trabaja con el guionista Carlos Portela en la secuela de ‘Esther’, de la que Glenat ha sacado tres volúmenes y publicará otros tres. Un aviso a las antiguas fans: Esther tiene 35 años, está divorciada y tiene una hija de 13.

–Entre 1974 y 1988 no hubo chica que no leyera Esther.

–Hubo semanas en que se vendieron 400.000 ejemplares, pasando incluso por delante de Mortadelo. La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, era fan. Y creo que la de Defensa, Carme Chacón, también.

–Es parte de la memoria sentimental de la transición, como el Cola Jet, Leif Garrett, las Paredes...

–De eso me doy cuenta ahora. Percibo el cariño de muchas mujeres que leían el cómic de niñas y de algún hombre que, según me ha confesado, lo leía en el baño, a escondidas, para entender mejor a las chicas.

–¿Qué tenía Esther que enganchaba tanto?

–A muchas les abrió una ventana al mundo. En los años 70, Esther no mostraba cómo éramos, sino como nos habría gustado ser. De hecho yo, de adolescente, era como Esther –tímida e insegura–, mientras que Rita, su amiga íntima, era la que me habría gustado ser: una lanzada.

–Era un cómic rosa, pero no ñoño.

–Era una invitación a soñar. Una evasión. Pero Esther no era políticamente correcta, ¿eh? Decía una cosa, pero podía pensar en otra.

–Usted le puso gotas de feminismo.

–Siempre fui feminista (ahora creo que radical), aunque no practicante. Me rebelé muy pronto contra el destino general de pescar a un marido aunque no me gustase... Hubo un tiempo en que incluso pensé: «Ojalá fuera hombre». Nunca puse en mis historietas un rasgo machista.

–Sin embargo, todas sus protagonistas eran delgadas y monas.

–Menos Doreen, que era la mala. Verá, es que yo estaba muy influida por películas de Blake Edwards como Desayuno con diamantes.

–Oiga, ¿y cómo era el mundo de Purita Campos?

–Mi madre era modista. Su taller estaba lleno de revistas de moda como Vogue, que me parecían fabulosas en aquella posguerra gris. Y yo iba dibujando y soñaba con ir a Hollywood a diseñar vestidos para Lauren Bacall o Audrey Hepburn.

–No pudo ser.

–No. Me puse a hacer figurines, con aguadas y aerógrafo, que aparecieron en publicaciones como Damas de Francia. Hasta que mi hermano conoció en un bar a Manolo Vázquez, el dibujante de La familia Cebolleta, y le aseguró que yo lo hacía muy bien. Le dijo que me pasara por Bruguera.

–La gran factoría del cómic.

–Fui con una carpeta de dibujos de modelos bajo el brazo, salió Víctor Mora, los estudió y me dijo que podía empezar al día siguiente. Cuando vi que ganaba en una semana lo que con los figurines en un mes, pensé en quedarme un tiempo.

–Pues tenía fama de esclavista.

–Nos machacaban mucho a todos, sí. Aunque el señor González, el director, se portó bien conmigo.

–Aquello era territorio masculino.

–Total. Y más de una vez tuve que oír aquello de: «Hombre, pues no está mal para ser una mujer». Pero presenté unas muestras para el mercado inglés y las eligieron.

–Viajó a Inglaterra y todo

–Así es. La primera vez fue en 1962. Aluciné tanto que me quedé un mes en Stanford upon Avon, en casa de una familia en la que una amiga mía trabajaba de au pair. Pude captar el aire londinense que más tarde le daría a Patty’s world, con guión de Phillip Douglas, que salió en Inglaterra, Suráfrica, Canadá y Australia, y que aquí apareció como Esther y su mundo en tres páginas del tebeo Lily.

–Un exitazo. Y pensar que unos años antes había abandonado...

–En 1967. El trabajo no siempre era constante y yo era muy inquieta. Puse una boutique y diseñé ropita muy loca, a lo Courréges y a lo Paco Rabanne, que vendí a la gente de la gauche divine. Pero tuve a mi hijo y pensé que el cómic me permitiría trabajar en casa. Pedí a Bruguera un serial y fue apareciendo Esther y su mundo.

–Cuando acabó, se hizo el silencio.

–Empecé a dar clases de dibujo, y llegué a tener un centenar de alumnos. Luego estuve enferma, mi marido perdió la vista... Hasta que se me ocurrió restaurar las páginas que tenía guardadas, porque a mí Bruguera no me devolvió los originales, ¿eh?

–¿Quién los tiene?

–Los compró un coleccionista que ahora los va vendiendo en e-Bay. Prefiero no hablar de eso, porque me da mucha tristeza. En fin... Restaurar las páginas que tenía guardadas es un trabajo de chinos. ¡Hace dos años que no tengo vacaciones!

–Se lo agradecerán las nostálgicas.

-Yo espero que también guste a las jovencitas de hoy.

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