Crónica
El montaje de Julio Manrique de 'American Buffalo' impacta por su fuerza y desbordante ritmo
Energético montaje de American Buffalo de David Mamet. Julio Manrique, en su segunda incursión en el autor después de Els boscos, ha explorado hasta el fondo los matices de esta tragicomedia sacando a la superficie la fuerza y carácter de sus personajes. Un gran actor dirigiendo una obra de actores, a los que somete a un acelerado ritmo desde el inicio de la función. Todo un riesgo, porque esa desbordante descarga inicial es siempre difícil de sostener. Pero la sangre, salvo en la cabeza del exyonqui Bob, no llega al río y el público del Espai Lliure acaba premiando con repetidas ovaciones el trabajo de los intérpretes y la dirección.
Lo primero que sorprende es ese impactante espacio escénico que recrea una tienda de objetos de segunda mano con el caótico despliegue de banderitas, sombreros, máscaras, pelucas de piel roja y cachivaches mil. Mesas, sillas, una radio y una vieja tele, además de un jergón para dormir, dificultan el tránsito de los intérpretes. Pero ellos se adaptan a este claustrofóbico marco que acaba de patas arriba tras el ataque de ira de uno de los personajes y que hay que recomponer cada día. ¡Menuda papeleta!
Allí discurre la historia de los tres pobres diablos que se repelen tanto como se necesitan. Don (un sólido e impecable Ivan Benet en su papel de héroe trágico), dueño de este negocio, emplea a Bob para ayudarle (el joven Pol López, toda una revelación). Teach (un frenético, locuaz y desbordante Marc Rodríguez) encarna a un buscavidas de barrio que manipula e intoxica a los demás.
La recuperación de una moneda que reproduce un búfalo y que Don cree que malvendió se convierte en la obsesión de todos. Planean robársela a su actual propietario al que Bob vigila, pero Teach quiere apartar al chico del fraudulento plan. El desarrollo de la trama sirve para diseccionar a una sociedad insolidaria, donde el negocio está por encima de la amistad en un mundo «sin normas y leyes».
VISCERALIDAD / No parece que nada importante pueda ocurrir en tan reducido espacio, pero cuando explota la visceralidad.y aparece la violencia física y verbal, emergen el miedo y la desconfianza, que el montaje acentúa hasta el límite. Quizá haya algún exceso, pero el público se mantiene atado a la silla. Y esto ya es mucho.
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