UNA COMPOSICIÓN ETERNA

Pasión Vega, Sole Giménez y Rosario acaban de adaptar el clásico de Violeta Parra 'Gracias a la vida'

La muerte de Mercedes Sosa ha avivado la vigencia de la canción

LUIS TROQUEL
BARCELONA

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¿Quién no ha escuchado nunca eso de «Gracias a la vida, que me ha dado tanto»? Clásico entre clásicos del cancionero latinoamericano que este pasado año ha recobrado en nuestro país una vigencia inesperada. Al parecer, Luz Casal, que la había cantado en varios recitales cuando estaba aún convaleciente, pretendía grabarla en su disco de viejas canciones latinas La Pasión y a última hora decidió dejarla fuera. Quizás un sexto sentido le avisó del overbooking de versiones de Gracias a la vida que estaba por llegar.

Sin duda, la que más ha calado ha sido la de Pasión Vega. Da título a su último disco en estudio y en sus conciertos la canta con un cesto de flores sobre el hombro, en estado de gracia vital y artística.

También con acento floral, la ha incluido en su disco Dos gardenias la exPresunta Implicada Sole Giménez. En clave de latin jazz. Más cerca de la bossa nova, Rosario Flores la canta en su nuevo trabajo Cuéntame y, por si fueran pocas, también aparece en el recién editado DVD en directo de Raphael, 50 años después, que por algo la canta siempre como si fuera el himno de su propia resurrección.

La muerte de Mercedes Sosa, el pasado octubre, avivó aún más el revival de Gracias a la vida. Su profunda voz la difundió como ninguna otra en todo el planeta, aunque quizás en España la hiciera todavía más famosa Joan Baez. En 1974 tituló con ella un disco entero en castellano (donde aparecía El preso nº9) convertido en emblema de la transición. En las misas progres competía en popularidad con Los sonidos de silencio. Y sin necesidad de cambiarle la letra. No obstante, la historia de Gracias a la vida impide verla solo como una simple celebración de la existencia.

Final trágico

En 1996 la grabó por primera vez su propia autora, la chilena Violeta Parra, y al cabo de unos meses se suicidó. Tenía solo 49 años y estaba ya considerada como la madre de la nueva canción chilena. Además de folclorista, cantante y compositora era también pintora, escultora, bordadora y ceramista. Poco antes había expuesto individualmente en el mismísimo Louvre parisino. En Europa, la intelectualidad la veneraba. Regresó a Chile como un icono de la izquierda y se embarcó en su proyecto artístico más ambicioso, la Carpa de la Reina, que conjugaba diferentes artes y artistas pero que se convirtió económicamente en una pesadilla.

Dicen que la incomprensión del público chileno tuvo mucho que ver con su trágico final. Y todavía más sus sucesivos desastres amorosos. La muerte de su hija la había distanciado de su esposo y poco después de grabar Gracias a la vida rompía con su pareja, el flautista Gilbert Favre. Él se fue a Bolivia y  cuando ella fue a verle estaba ya casado. El 5 de febrero de 1967 puso fin a su vida con un revólver.