crónica

El director, al frente de la Banda Municipal de Barcelona, triunfó con valses, polcas y zarzuela

MANEL CEREIJO
BARCELONA

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Un Auditori en el que no cabía ni un alfiler y un público absolutamente rendido a la causa fue el balance final del concierto matutino de Año Nuevo que la Banda Municipal de Barcelona ofreció, el pasado domingo, dentro de la tercera temporada que el conjunto tiene en la sala de la calle de Lepant. El repertorio escogido por Salvador Brotons, director musical de la agrupación y verdadero artífice del éxito de este feliz encuentro entre devotos de la música, fue de lo más festivo y muy propio de estas fechas: valses y polcas de Johann Strauss (hijo), junto con las pegadizas melodías de algunas de las páginas más célebres de zarzuela.

El poder comunicativo de Brotons no tiene límite: el músico barcelonés derrocha simpatía sobre el escenario y su gesto, pese a la extroversión, es ante todo clarísimo, algo que juega a su favor. La plantilla de una banda, siempre ajustada al repertorio que profesa pero formada básicamente por instrumentos de viento y percusión –siendo el clarinete el que sustituye a la sección de violines–, no siempre es la idónea para interpretar cierto repertorio nacido para ser ejecutado por una orquesta sinfónica, razón por la que, para no caer en exceso de decibelios y conseguir una entendible jerarquía de los distintos planos sonoros, es importante lograr buenos balances. Fue este un aspecto bien resuelto por Salvador Brotons quien, dirigiendo la mayor parte del concierto de memoria, convenció en una primera parte dedicada a selecciones de zarzuela con obras como el Preludio de La Revoltosa y, sobre todo, en una sonora página de Cançó d’amor i de guerra, de Martínez Valls, con la que consiguió un caluroso aplauso de los muchos aficionados a la zarzuela que había en la sala.

MELODÍAS DE STRAUSS / Tras el descanso, y con la ostentosa acústica de la sala Pau Casals como telón de fondo, llegaron las contagiosas melodías de Strauss; aún con algún desajuste en las entradas, todo el metal resplandeció, entre otras, en la Obertura de El Murciélago y en la popular y bailable Annen Polka. El entusiasmo reinante dio para tres bises: El Danubio Azul, la bien orquestada versión para banda de Villancicos catalanes, del mismo Salvador Brotons, y la archiconocida Marcha Radetzky, de Johann Strauss (padre), emulando el cierre del concierto de Año Nuevo vienés con la fogosa personalidad del director dirigiendo las palmadas del público.