PROTOCOLO MUNICIPAL SOBRE DROGADICCIÓN

El plan de drogas de Colau incidirá en la mujer

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Madrid fue la primera ciudad en disponer de un equipamiento de asistencia activa para drogadictos. En el año 2000, en el distrito de Villa de Vallecas, abría la sala de venopunción Las Barranquillas. En aquellos tiempos, Alberto Ruiz-Gallardón pasaba por ser el moderno y progresista del PP, además de ocupar la presidencia de la comunidad. Se enfrentó al alcalde Álvarez del Manzano y al presidente del Gobierno, el impertérrito José María Aznar. Ganó. Cinco años después, en el distrito barcelonés de Ciutat Vella se ponía en funcionamiento el primer servicio de reducción de daños a este lado del Ebro. En total, han pasado 16 años. Y mientras Madrid ha cerrado el equipamiento  (enero 2012), la capital catalana dispone de recursos para yonquis en todos los distritos. La ciudad cuenta con un plan de drogas propio desde 1988. Se va renovando regularmente y ahora toca redactar el nuevo. El gobierno de Ada Colau ya está en ello, y entre las prioridades, trabajar por la prevención entre las mujeres. 

Gemma Tarafa, comisionada de Salud del ayuntamiento, celebra que el fenómeno de las drogas "se haya tratado históricamente desde el consenso político". El plan de turno, de hecho, se ha aprobado siempre por unanimidad, y en su seguimiento participan responsables de todos los grupo municipales. "No tendría lógica que se generara una batalla política sobre este tema porque detrás hay vidas en juego", concreta. Adelanta que el plan, que espera que se pueda aprobar en julio del 2017 después de haber revisado el que sigue vigente, tendrá tres pilares básicos: "La prevención, los equipamientos y el acompañamiento y la integración de los adictos". Similar al camino andado hasta ahora, pero con dos salvedades que la responsable última del documento tiene a bien detallar. 

NUEVAS PATOLOGÍAS

Por un lado, una "mirada de género", pues las mujeres, según señala Tarafa, llevan adosado un estigma que causa que muchas se hagan atrás a la hora de iniciar un tratamiento para combatir la drogadicción. Por otro, el envejecimiento de la población adicta, que obliga a modificar los protocolos ante la aparición de "enfermedades mentales". "Ahora nos encontramos con menos patologías infecciosas asociadas al consumo, pero con más dolencias mentales también vinculadas a la drogadicción, como depresión, ansiedad o trastornos de la conducta", sostiene Brugal. 

El éxito de la prevención se refleja en los números. La apertura en el 2005 de la sala Baluard redujo la media mensual de recogida de jeringuillas de casi 10.000 a menos de 6.000 en un año. Algo similar, en menor grado, sucedió con la sala de Vall d'Hebron o la del Fòrum. Y ninguno de los miedos vecinales -más narcotráfico, más droga en la calle o más delitos-, remarca la comisionada de Salud, se hicieron realidad.  

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