El caso de la capital catalana

Frágiles desde la tartana

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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«Ayer tarde fue curado en su propio domicilio un niño que tenía algunas heridas a consecuencia de haberle atropellado una tartana en la calle Col de Porcell». La prensa del 9 de mayo de 1885 se hacía eco de esta noticia. La seguridad vial no existía como tal, pero sí los accidentes. «Al pasar por la calle de Tiradors, anoche un sujeto fue atropellado por un carro. El carretero y el vehículo desaparecieron como por encanto, sin que les molestara ningún agente de la autoridad». Era el 16 de octubre de 1887, y la Urbana de la época ya recibía cachetes mediáticos. El peatón ha sido siempre el más débil de la calle. Ahora arranca la enésima campaña para tratar de protegerlos, pero la historia no es demasiado halagüeña.

«Aquí vivimos de milagro», se regalaba un cronista de finales del siglo XIX, tras describir cómo un caballo se había llevado por delante -ojo al calificativo, no se ofendan- a un «anciano de 60 años». Cerca del 50% de los desplazamiento se siguen realizando a pie. Y el viandante, por pura lógica, sigue siendo el más débil. Se ha intentado de todo, pero la modernización de los automóviles y la irrupción de las motos han silenciado cualquier logro en este ámbito.

Cada día se producen una media de tres atropellos (1.128 fue el total del año pasado), una cifra que quizás no resulte alarmante para una ciudad de 1,6 millones de habitantes, pero hay que tener en cuenta que las heridas causadas por este tipo de siniestros van mucho más allá de los rasguños que dejaba un alcance con una tartana o la coz de un caballo.

En 1991, la Generalitat, alarmada por la cantidad de ancianos que eran arrollados, inició una campaña bajo el lema Respeta su velocidad que instaba a los conductores a tener en cuenta que la gente mayor se mueve a un ritmo que requiere un plus de compresión y paciencia. Por aquellos tiempos, Barcelona registraba 88 muertes en accidentes de tráfico, y 27 eran mayores de 65 años. Cuatro años más tarde, la Urbana volvía a centrarse en este colectivo al comprobar que el 50% de los 34 atropellados que perdieron la vida en 1994 superaban los 66 años. La policía inició una serie de charlas en casals de gente mayor y se propuso llamar más la atención a los viandantes que cruzaran por donde les pedía el cuerpo. Fue más o menos entonces cuando se empezó a hablar de zonas de uso solo peatonal.

En 1998 se puso en marcha una campaña contra la indisciplina viaria. Por muy buena intención que tuviera, el contribuyente solo advirtió intención recaudadora. Se incluyó la persecución de peatones que cruzaran por lugares indebidos, ya que en el primer trimestre, cuatro de los cinco atropellos mortales sucedieron en puntos vetados al viandante. En el 2004, un sondeo del RACC revelaba que el 27% de las personas no cruzaban por donde es debido, y que un 45,4% reclamaban más tiempo para poder pasar sin agobios. Ese mismo estudio aseguraba que reducir la velocidad máxima de 50 a 30 kilómetros por hora evitaría el 85% de los atropellos. Dos años después, en Sant Andreu, llegarían las zonas 30.

Autopistas urbanas

El próximo reto serán las supermanzanas, estructuras viales pensadas para concentrar el grueso del tráfico de la ciudad, dejando el resto para uso y disfrute de esa mitad de desplazamientos que se siguen realizando a pie. El gobierno de CiU prometió impulsarlas en este mandato, pero todavía no hay noticias. Para que se hagan una idea, Barcelona tendría una serie de autopistas urbanas -Aragón, Balmes, Gran Via, Aribau, Meridiana, València...-, mientras que los núcleos de los barrios quedarían sin apenas coches. Resolver el Eixample, distrito que concentra mayor flujo, es el reto pendiente.

El gráfico que adjunta esta información es una propuesta para mejorar la relación visual entre los coches y las personas. En un atropello entran en juego muchos factores. Algunos de ellos, por desgracia, no se conocerán nunca. Se sigue cruzando sin mirar y por rincones insospechados. El coche y, sobre todo, la moto van demasiado rápido por según qué calles. Con el naranja se tiende a acelerar y no a frenar. La bici sigue trepando a las aceras sin conocer la ordenanza.

Puede que todo se reduzca a un tema de visibilidad. Y no. Lo que pueden dar por seguro es que hoy van a atropellar a tres personas.