ESCLAVOS EN EL SIGLO XXI

Trágico viacrucis hacia la prosperidad

Veronica Monique escapó de El Congo pero fue víctima de abusos en su periplo hacia el norte de África

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BEATRIZ MESA / RABAT

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En las rutas migratorias vuelven a ser las mujeres las que más sufren y padecen. Nada más abandonar su país natal, se convierten en una suerte de mercancía al servicio de la mafia. Dejan de contar para el mundo. Sentimientos de indignación e impotencia recorren su cuerpo cuando ven que la explotación sexual es el camino hacia la libertad. Al menos, eso creen. Y eso pensó Verónica Monique, que exponiéndose a un aduanero argelino en la frontera entre Argelia y Marruecos, lograría acariciar el sueño de la prosperidad. De todas formas, no hay elección. El picadero fronterizo entre los países vecinos del Magreb es un "paso" obligatorio para las miles de mujeres que realizan largas travesías a pie, soportando sed y hambre.

"Se sufre mucho porque para saldar la deuda debo ceder a la explotación sexual. Para entrar en Oujda [la primera ciudad marroquí tras cruzar Argelia] me obligaron a acostarme con un agente. Te exigen pagar y si no lo haces, tienes que mantener relaciones sexuales", denuncia Verónica a EL PERIÓDICO. Ella no es víctima directa de la red de trata de mujeres, pero sí de las mafias migratorias en las que participan los agentes de los 'check points' establecidos en las fronteras. Éstos exigen el “derecho a paso” y si, siendo mujer, no sueltas la mordida, la única manera de cruzar al otro lado (de Argelia a Marruecos) es ofreciendo tu cuerpo. Así, la explotación sexual, la esclavitud y la emigración se mezclan en rutas incontroladas donde la mujer se lleva la peor parte. "La situación en la frontera es muy difícil. Me sentía retenida, como una presa. No tenía nada para comer y estaba sometida a la voluntad de hombres desconocidos”.

SIN DINERO PARA ABORTAR

Al poco tiempo de alcanzar la ciudad marroquí de Tánger, a menos de 15 kilómetros de España, Verónica descubrió que se había quedado embarazada del tirano que abusó de ella. Quería morirse, desaparecer. "No disponía de dinero para abortar. Finalmente di a luz", explica. Emocionalmente se siente abatida. Está sola en una ciudad desconocida, con un hijo fruto de la precariedad social, de la irresponsabilidad de los sistemas, de la perversión del ser humano. A pesar de todo, piensa que es mejor solución que continuar en El Congo, un país en guerra que segó la vida de su padre y de su madre. "No me quedaba nada allí. Al menos, en Marruecos encuentro tranquilidad y cierta seguridad", declara. Y añade que vive "de la caridad del pueblo marroquí".

Logra reunir unos dos euros al día, que le da sólo para comer. “Duele, duele ver cómo los negros sufrimos aquí. Obligados a todo porque nuestros hijos necesitan comer, pero también pañales, leche…”. suspira. De vez en cuando, la mendicidad implica también el trato racista por parte de marroquís que ven a los africanos como una amenaza, llegando incluso a insultarles y perseguirles. “Necesito llegar a España, aún sabiendo el riesgo que conlleva, pero me devolverán mi vida y podré ver a mi hijo crecer”, comenta. Dos veces intentó junto a su hermana cruzar al sur de Andalucía en una lancha 'zodiac'. La primera vez tuvo que dar media vuelta debido al temporal, y la segunda, cuando ya veía los pies de Europa, la guardia costera marroquí las detuvo. 

Verónica representa el rostro de la red mundial que trafica con mujeres expuestas a la esclavitud laboral y sexual que ha crecido vertiginosamente desde el cuerno de África y el África subsahariana hasta alcanzar Oriente Próximo o Europa. Un informe de la ONU contra la droga y el crimen organizado indica que cada año más de 5.000 mujeres africanas están expuestas a las mafias, de las que "un 79% son sometidas a la violencia sexual" y "un 18% a la explotación doméstica".