Lily James & Kenneth Branagh

Delicadas y sumisas

La 'Cenicienta' de Kenneth Branagh se estrena el próximo viernes. La 'premiere' llega precedida de críticas a los estereotipos de género y raza que persisten en la nueva producción de la factoría Disney

CORSÉ ANTIDIGESTIVO. Durante el rodaje, Lily James solo ingería líquidos. «Si hubiera comido normal, no podría haber hecho la digestión adecuadamente y habría eructado toda la tarde».

CORSÉ ANTIDIGESTIVO. Durante el rodaje, Lily James solo ingería líquidos. «Si hubiera comido normal, no podría haber hecho la digestión adecuadamente y habría eructado toda la tarde».

NÚRIA MARRÓN

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«DIFERENCIAS EXTREMAS». La disparidad de tamaño entre los reyes Elinor y Fergus (arriba) y Ana y Hans (izquierda) no se da en la realidad.

Sin apenas proponérselo, la actriz Lily James hizo un tráiler de por dónde podían ir los tiros en la nueva adaptación de Cenicienta que firma Kenneth Branagh y que se estrena el próximo viernes. El corsé la estrangulaba de tal manera, dijo, que durante el rodaje apenas podía ingerir líquidos. «Si hubiera comido normal, no podría haber hecho la digestión adecuadamente y habría eructado toda la tarde delante de Richard Madden, lo cual hubiera sido bastante desagradable», explicaba con humor la protagonista de la película.

Más allá de los problemas gástricos, la tortuosa cinturilla de la nueva princesa Disney fue la primera señal de que, quizá, las expectativas que se habían creado alrededor de la nueva versión del cuento-y que, con la carrerilla de Frozen, parecían apuntar a superar el mito de las bellas jovencitas ennoblecidas por el sufrimiento y el dudoso arte de encajar los abusos con encantadora resignación- no eran más que eso: expectativas.

Tras el estreno de la película en EEUU, Branagh se ha llevado más de una bochornosa enmienda. Una de las más implacables quizá la haya interpuesto la activista y escritora Jaclyn Friedman, quien desde la revista Time ha calificado la película de «bella por fuera» y, ejem, «podrida por dentro». Lo explica así: «Por un momento, tuve la esperanza de que las motivaciones de la madrastra fueran en la dirección de Jane Austen, abordando las opciones de vida limitadas y a veces desesperadas a las que se enfrentaban las mujeres, que se veían obligadas a depender del matrimonio para tener ingresos y estatus», asegura Friedman. Sin embargo, lo que vio en la pantalla, afirma, fue a una mujer madura cegada por su ambición y a una chica sin aspiraciones -y, por tanto «buena y pura»- y «más sumisa que Anastasia Steele», a la que, cuando encierran en el desván, es incapaz de hacer algo más que canturrear y soñar. «Ni siquiera grita a los guardias que hay abajo en el patio. Si no fuera por los ratones sobrenaturalmente inteligentes, aún estaría allí», ironiza.

Pero Branagh, renovador de clásicos, ¿no había dicho que su Cenicienta no iba «de damiselas en apuros»? ¿Que la muchacha se defendía «por sí misma»? A tenor de las críticas, parece que los resultados han sido empañados, en el mejor de los casos, por el despiste general que en cuestiones de género cunde en Disney en particular y en Hollywood en general. «Mi Cenicienta es sexi», dijo el director, como si en estos tiempos hipersexualizados eso fuera una revolución.

Nada nuevo, por otra parte, viniendo de una factoría con canales para niños y adolescentes en los que, a grandes brochazos, se glorifica «un determinado cuerpo para los hombres, otro para las mujeres, el amor romántico, la obsesión por la belleza corporal y la oposición entre mujeres -apunta la consultora, activista y miembro de Ca la Dona Betlem Cañizar-. Si Branagh no se ha planteado qué supone todo este imaginario en nuestras vidas, en cómo establecemos nuestras relaciones y cómo vivimos nuestros cuerpos, seguirá fortaleciendo los estereotipos de género, los roles de subordinación entre hombres y mujeres y las violencias».

Lo cierto es que Cenicienta llega en un momento en el que Disney, forzada por los tiempos, había hecho amagos por desmarcarse de historias cuyo único motor es la caza del príncipe azul, como han demostrado en Frozen y Brave. Sin embargo, la representación de los cuerpos persiste inquebrantable a cualquier reciclaje. «¿Dónde están los personajes con gafas? ¿Las gordas, las bajas, las muy altas, las que tienen diferente color de piel, partiendo del hecho de que en EEUU hay un alto porcentaje de población no-blanca? ¿Dónde están los personajes que reflejan las múltiples posibilidades que tenemos, llenos también de belleza?», cuestiona Cañizar.

Antebrazos del tamaño del ojo

Pues parece que, al menos en Disney, aún están por dibujar. En este sentido, el sociólogo Philip Cohen arrojaba semanas atrás algunas observaciones a cuenta de las «diferencias radicales y extremas» con las que son representados hombres y mujeres en las animaciones de la compañía. «Esta exageración es especialmente dramática en situaciones románticas», subrayaba en un artículo de Time. Por ejemplo -y prepárense para alucinar-: el antebrazo de Ana en Frozen -la película moderna de Disney, ¿recuerdan?- no es solo mucho más pequeño que el de Hans. ¡También lo es respecto a su propio globo ocular! Tras chequear los tallajes del Ejército de EEUU, el sociólogo apunta a que las muñecas de los varones, de media, son un 15% más grandes que las de las mujeres, mientras que en las películas Disney multiplican por tres y cuatro veces las de las damiselas.

«Yo no diría que estas diferencias suponen el mayor y más apremiante problema al que nos enfrentamos -añadía Cohen-. Sin embargo, muchos de los debates contemporáneos giran en torno a los roles que pueden desempeñar hombres y mujeres. Por eso, cuando las historias hermosas y románticas con las que crecemos establecen un estándar que exagera tanto las diferencias y las hace parecer naturales, recibimos una visión limitada y menos compleja de nuestro potencial humano».