CRÍMENES ATROCES

La casa de las juergas y el horror

La casa donde vivía la familia, en Castelldefels.

La casa donde vivía la familia, en Castelldefels.

MAYKA NAVARRO / CASTELLDEFELS

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La realidad era otra. Como en 'Terciopelo azul', de David Lynch, al otro lado de lo que a simple vista parecía bello, solo cruzando la puerta del chalet, se escondía el lado oscuro. Una relación de peleas, gritos, insultos y amenazas regada con mucho alcohol y de vez en cuando drogas. En medio de ese infierno, Maxi y Michelle, de 12 y 7 años, que a menudo salían al jardín de su bonita casa en Castelldefels a llorar muy alto para no escuchar las broncas de sus padres. El pasado miércoles, Roberto Fernando Blanco, de 61 años, asesinó a su esposa, Marina, de 45, y a sus dos hijos pequeños. Después se suicidó de un tiro en la nuca. Usó la misma pistola.

Bastaba con asomarse ayer por encima del muro de la finca para entender la buena vida de que disfrutaba la familia en las treguas que daba el terror. Una bonita vivienda, con un jardín con césped cuidado, con un buen olivo en el centro. En el porche, frente a la piscina con el motor de la depuradora encendido todavía, las toallas del último baño de los niños repartidas por las sillas. El bañador verde de Michelle y un gran pareo con la bandera de Brasil que Marina se anudaba a la cintura para trajinar por la casa. Un escenario idílico que cada vez más a menudo acogía peleas a gritos que solían terminar con la mujer saliendo de la casa con un sonoro portazo.

Niños llorando

"No hace mucho telefoneé a la policía municipal. No quise dar mi nombre por temor a entrometerme, pero era insoportable escuchar a los dos niños llorando sin consuelo mientras sus padres se chillaban". Lo contaba ayer Fina García, en su chalet de la calle 13 Bis del barrio de La Pineda de Castelldefels, justo delante de la casa de los crímenes. Esa noche descolgó el teléfono Fina, pero otras veces lo hicieron otros vecinos e incluso la propia Marina llamó varias veces en el transcurso de las peleas. Hasta tres incidentes constan en los Mossos d'Esquadra y otra decena en la policía local de Castelldefels. Pero ninguno de esos incidentes acabó en denuncia por violencia machista. "Se mataban y luego se perdonaban. Él se iba de casa, después regresaba. Las reconciliaciones terminaban en fiestas de varios días en las que no faltaba de nada", relata un conocido de la pareja.

Los cuerpos

Fue una hija de 23 años de Blanco, fruto de otra relación y que vive en Sant Feliu de Llobregat, quien se acercó a casa de su padre tras intentar el miércoles ponerse en contacto por teléfono con él. Poco después de las nueve de la noche entró en la vivienda con su juego de llaves. La casa estaba limpia y recogida. Como siempre. En el comedor, sobre un sofá, el padre muerto. Sus gritos rompieron la tranquilidad de esas primeras horas de la noche. Ya no avanzó más. En nada llegaron los primeros mossos.

Los asesinatos debieron cometerse el miércoles. Hacía pocos días que había llegado a la casa una hija anterior de Marina, una joven bielorrusa de 20 años que iba a vivir con ellos. A primera hora salió de casa para ir a Port Aventura. Los niños y Marina todavía dormían.

La posición de los cadáveres permitía ya ayer hacer una primera reconstrucción de los hechos. Blanco entró primero en la habitación de matrimonio. Marina lo vio llegar empuñando el arma e intentó esconderse. Su cuerpo apareció entre el suelo y las dos camas. Después entró en la habitación de Maxi. Se debió despertar por el disparo que mató a su madre, porque también quiso esquivar a su padre pero no logró llegar hasta debajo de la cama.

La pequeña Michelle dormía profundamente cuando su padre le disparó a bocajarro. Blanco se acercó después al comedor. Se sentó en un sillón. Se acercó la pistola a la nuca y disparó. Y se hizo el silencio para siempre en esa casa. No más baños en la piscina. No más juegos al balón en la cancha. No más andar con el patinete por el jardín. No más nada. Otras tres nuevas víctimas a la desgarradora estadística de la violencia machista.

Blanco había nacido en Uruguay pero llevaba más de una década en Castelldefels. Vivió primero en la zona del puerto y hacía unos tres años que se había trasladado con su familia a la acogedora casa con jardín y piscina. Nada pretenciosa, pero hermosa y elegante. Le iban bien las cosas.

Hasta el 2007 fue apoderado de la multinacional Fanuc Robotics Ibérica, con sede en Castelldefels. "Hace muchos años que no le vemos por aquí", dijo una empleada parca en palabras.

En los últimos tiempos se dedicaba a la compraventa de vehículos de lujo, aunque en ese sector no le conocía nadie. Marina había nacido en Bielorrusia. Ambos tenían nacionalidad española.

En su perfil de Faceboock Iván, uno de los entrenadores del exclusivo gimnasio Àccura de Gavà, puso ayer una rosa negra en recuerdo de Marina. Los dos eran clientes del club. Como Hugo, el uruguayo propietario de Pizza Sur, el establecimiento al que la familia acudía casi todas las semanas. En el último año, menos. Roberto presentaba trastornos psicológicos y depresiones que estaba tratando con médicos.