Gente corriente

Carles d'Abàsolo: "En los años 50 y 60 aún había folclore que salvar"

Ha catalogado 4.715 danzas de Catalunya y alguna de Baleares y Valencia, un tesoro que cede a Ripoll.

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CARME ESCALES

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Una docena de cajas simétricas, y ordenadamente colocadas, esperan en la habitación de una vivienda en el barrio barcelonés de Les Corts. Esperan el viaje que las llevará, este verano, al Museu Etnogràfic de Ripoll, porque la documentación que contienen es un baluarte, un fragmento de la historia de Catalunya. En una labor altruista y apasionada, Carles d'Abàsolo (Barcelona, 1940) se ha dedicado durante el tiempo libre de toda su vida a recoger, de pueblo en pueblo, partituras, letras y cualquier documento que hable de una danza tradicional.

-Esta adhesión y estima por las danzas tradicionales, ¿dónde tiene su origen?

-Mi abuela materna, que era de Roses, era una buena puntaire, no de encajes sino de los pasos de sardana, la danza catalana que Aureli Campany -de quien ella era gran amiga- trajo hacia el año 1902 a Barcelona desde el Empordà, donde la sardana -de origen griego, según los historiadores- era ya una danza tradicional.

-Entonces le viene un poco de casta.

-Sí, pero también coincidió que, en uno de los bombardeos de la guerra civil, la casa en la que vivían mis padres, en Vallvidrera, fue alcanzada por las bombas y se trasladaron, con mis tíos, a una casa-palacio de la calle de Montcada, donde nací yo. Y estábamos justo al lado del Ateneu Obrer, donde ensayaba el Esbart Català de Dansaires. Uno de los fundadores y dansaires era el etnografista, folclorista y gran científico de la danza Aureli Campany. En el 47 crearon la sección infantil y mis padres me apuntaron. Allí empecé a formarme. Me gustaba mucho.

-¿Qué era lo que le hacía disfrutar?

-Campany era un rondallaire fabuloso. A los niños se nos caía la baba cuando le escuchábamos. Cantábamos y bailábamos, y a mí se me daba muy bien. Tanto que, con apenas 14 años, ya me enviaron de profesor de danza a Martorell. Cogía el tren y me iba a dar clase a alumnos, algunos de los cuales me doblaban la edad. Dormía en casa de la profesora nacional y volvía siempre a casa con una garrafa de vino que me regalaban. También di otras clases en Gósol  y en Granollers.

-¿Cuántas danzas ha aprendido a bailar?

-Unas 200.

-Y ha catalogado más de 4.700. ¿De dónde ha rescatado tanta información?

-De documentos, fotos y ropa. He recogido de anticuarios o me han regalado una veintena de vestidos de mujer, una decena de hombre y cuatro mantellines auténticas. Mochila y tren, y gracias a una esposa que siempre entendió mi ideal, dedicaba mis festivos a visitar pueblos. Llegaba y me sentaba en un banco de la plaza mayor a esperar a que llegara algún vecino. No fumaba, pero llevaba siempre cigarrillos para ofrecer y abrir así la conversación sobre los bailes del pueblo. El último que visité fue, en 1997, Vallfogona de Ripollès, que ha guardado fiel su baile del Roser desde el 1400.

-¿Qué hace que se pierda una danza?

-Muchas acabaron vinculadas únicamente a la fiesta mayor del pueblo y se ensayaban solo el día antes. Pero en los años 50 y 60 aún había folclore por salvar.

-Entre las fotos, ¿hay alguna especial?

-Sí, la del 12 de julio de 1958 en la plaza del Rei llena a rebosar y rodeada de grisesActuamos el Esbart Català de Dansaires, el Orfeó Barcelonès y el Orfeó Canigó. Fue el primer día que se cantó el Cant de la senyera tras la guerra. La gente lloraba. Muchas personas mayores, después de aquel día pudieron morir satisfechas. Cuando se habla de cultura catalana, evidentemente la lengua es la expresión más directa, pero en las canciones, danzas y tradiciones está la expresión del sentimiento.

-¿Por qué lo cede todo a Ripoll?

-Porque mi recopilación sintoniza con el origen de su Museu Etnogràfic, y cuando yo falte cualquiera lo podrá consultar.