Calatrava en Nueva York: retraso, despilfarro y éxito

Vista del nuevo centro de transportes del World Trade de Nueva York, diseñado por el arquitecto español Santiago Calatrava.

Vista del nuevo centro de transportes del World Trade de Nueva York, diseñado por el arquitecto español Santiago Calatrava. / periodico

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Si 'The New York Times' no lo hubiera recordado, pocos podrían decir cuánto costó construir Grand Central (ajustando el precio a la inflación, unos 2.000 millones de dólares). Hoy prácticamente no hay nadie, en cambio, que no sepa el coste del núcleo de transporte creado por el español Santiago Calatrava para la zona cero, que ha abierto esta semana, solo parcialmente, con cinco años de retraso y sin ninguna ceremonia. Con un presupuesto inicial de 2.200 millones, ha acabado superando los 4.000. Y, a diferencia de Grand Central, se trata de dinero público.

No extraña que hayan llovido sustantivos como "despilfarro", un término que han usado incluso responsables de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, la agencia responsable del proyecto. Tampoco que las dudas y críticas fueran creciendo mientras la construcción iba postergándose y desde el exterior solo se veía cómo se iba alzando, congestionada entre edificios, esa estructura exterior que Calatrava ideó como "el pájaro liberado de las manos de un niño" pero que algunos ven como una carcasa de dinosaurio.

CATEDRALICIO

Ahora que parte del 'hub' se puede ver desde el interior tampoco faltan quienes siguen creyendo que se trata de un "monumento al ego de un arquitecto y a la vanagloria institucional de una agencia pública", de "un vacío en busca de un propósito", como ha escrito el 'New York Post' de un proyecto que combina la estación del tren de cercanías PATH y de tres líneas de metro con un espacio comercial donde dentro de poco empezarán a abrir tiendas y restaurantes. 

Una encuesta no científica entre algunos de los visitantes este viernes, no obstante, puede dar un respiro a Calatrava. Su creación gusta. Y mucho. 

Dentro de Oculus, el espacio diáfano de casi 100 metros de largo y 60 de alto y coronado a unos 50 metros por la espina dorsal de la estructura, con una cristalera retractil que se abrirá cada 11-S , Roan, un joven turista holandés, se declara "impresionado" y maravillado con "la luz". Y Juan Carlos, un colombiano que reside desde hace 17 años en Nueva York, parece que hubiera leído la nota de prensa. "Me encanta, se siente como una catedral", dice. "Cuando tenga vida, tiendas y restaurantes, va a ser el epicentro de esta zona. Por lo menos se han gastado el dineral en algo que todo el mundo puede disfrutar".