El ecuador de la legislatura

Rajoy da por capeada la crisis al llegar a la mitad del mandato

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ayer, a la salida del Congreso.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ayer, a la salida del Congreso.

JUAN RUIZ SIERRA / GEMMA ROBLES
MADRID

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Mariano Rajoy reconoce que el país continúa mal, aunque en foros internacionales él y sus ministros hablen del final de la recesión en España, que no de una crisis que no se da por acabada pero sí por capeada. En pleno ecuador de la legislatura, de la que ayer se cumplieron dos años, el jefe del Ejecutivo no negó el catastrófico retrato del país que hicieron ayer en el Parlamento los grupos de izquierda. Tampoco discutió que su acción de gobierno, desde el abaratamiento del despido hasta las subidas de impuestos, pasando por los recortes en sanidad y educación, ha sido en buena parte una enmienda al programa electoral con el que cosechó su amplísima mayoría absoluta. En lugar de eso, el presidente miró al futuro y dijo que este será muy prometedor.

Primero, en su intercambio con el ecosocialista Joan Coscubiela durante la sesión de control al Ejecutivo en el Congreso, Rajoy volvió a dar una de sus clases de economía elemental, en la que dio muestras de su optimismo. «El objetivo es crecer y crear empleo, lo que es bueno en sí mismo. Eso nos permitirá obtener ingresos y mejorar los servicios públicos. Hemos tenido que hacer muchas reformas y poner en orden las cuentas públicas. Hemos intentado ser equitativos, aunque hemos tomado decisiones difíciles. Esta política está dando resultados y el año que viene dará muchos más resultados», dijo. Después, en una breve declaración en los pasillos de la Cámara baja, volvió a insistir en la misma idea: «Gracias a los españoles y pueden tener la certeza de que esta situación la vamos a superar».

SEGUNDA FASE / La tesis del Gobierno es que lo peor, es decir la posibilidad de un rescate global de la Unión Europea a España, ya ha pasado, y que ahora, pese a que los datos continúan sin dar muestras de clara mejoría (salvo la prima de riesgo y las exportaciones), ha llegado el momento de retomar el programa del PP y comenzar a crecer. Más desgastado que cualquier otro presidente en democracia en solo dos años, Rajoy, al que se le vio ayer tranquilo, confía en que los ciudadanos entiendan que esta es una segunda fase que poco tendrá que ver con la anterior.

Pero no todos compartieron ayer ese análisis. «Estamos a mitad de legislatura y hay más paro que al inicio. Lo peor es que el Gobierno, el FMI, la OCDE y la Comisión Europea dicen que al final del mandato habrá aún más desempleo que al comienzo», explicó el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien resumió así este periodo: «Dos años recortando derechos sin crear empleo». Coscubiela fue aún más duro. Su balance fue el de un Ejecutivo que «castiga a los más débiles», busca la «resignación de los ciudadanos» y da «patadas a las urnas». A uno y otro, Rajoy les criticó lo mismo: que no proponían «recetas», algo que no es del todo cierto, en especial en el caso del secretario general socialista, quien hace medio año presentó un plan económico que, como muchas de sus iniciativas, tuvo escaso eco.

A VUELTAS CON WERT / Pero además del esperado rifirrafe político a cuenta del balance económico de estos dos años de legislatura, ayer hubo reproches subidos de tono en el hemiciclo por la ley de seguridad ciudadana que está por venir y, como colofón a una sesión sin demasiadas emociones fuertes, una interpelación de los socialistas al titular de Educación, José Ignacio Wert, el ministro más quemado de un Ejecutivo que, en líneas generales, no goza de buena imagen entre los ciudadanos, según los sondeos de opinión.

Sin duda, Wert es quien se lleva la palma con su reforma educativa y sus provocaciones a Catalunya y distintos sectores sociales. El PSOE y buena parte de la oposición piden su cabeza política y le achacan soberbia en la gestión. Pero el ministro se ve a sí mismo con mejores ojos, como demostró ayer. «Siendo lo incapaz, lo torpe, lo soberbio, lo  nefasto, lo arrogante, lo elitista y el peligro público que dice el PSOE que soy, soy capaz de entender que el señor Mario Bedera [portavoz socialista de Educación] no es partidario de mí. No puedo gustar a todo el mundo. Pero creo que se trata de una cuestión personal que a los españoles no les interesa demasiado», espetó, poco preocupado por el nuevo intento de reprobación parlamentaria del que será objeto en unos días.

A este ministro no le apoyan ni en el PP, partido en el que no milita, todo hay que decirlo. Pero por el momento tiene al apoyo del presidente, que ya ha avisado en conversaciones discretas de que no es partidario de acometer cambios en su Gabinete, salvo que sea estrictamente necesario. ¿Y por qué podría resultar «necesario? Porque hubiera un escándalo de gran dimensión -tendría que ser mayúsculo, porque ni las salpicaduras del caso Gürtel sobre la ministra Ana Mato le han costado su sillón-, o porque algún miembro del Consejo de Ministros fuera designado por Rajoy para encabezar la lista del PP en las elecciones europeas o, en su defecto, convertirse en comisario español en sustitución de Joaquín Almunia. Y cuando se baraja esta tesis, todos miran inevitablemente a Miguel Arias Cañete.