Susana Díaz, la nacionalista andaluza

Trabajadora incansable, ha forjado su carrera en un partido que conoce a la perfección y al que, como nunca antes, ha tratado de identificar con Andalucía.

JULIA CAMACHO SEVILLA

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Si hay alguna palabra que se haya repetido durante esta campaña electoral en el discurso de Susana Díaz esa ha sido "Andalucía". La candidata socialista ha logrado uno de los mayores grados de identificación de la comunidad no ya con la marca de su partido, idea clave que ha apuntalado al PSOE 33 años, sino con su propia figura. La confrontación con el Gobierno central ha sido la tónica de su campaña, plasmada en la frase "el 22-M gana Andalucía y pierde Rajoy", y ha convertido sus intervenciones en un discurso netamente nacionalista que cala bien entre los militantes más moderados por carecer de la vertiente independentista.

Susana Díaz, (Sevilla, 1974) se ha ganado a pulso la fama de trabajadora incansable, "una estajanovista", según la definen algunos trabajadores. Ni embarazada de su primer hijo, noticia muy ansiada por la candidata y que fue desvelada poco antes del adelanto electoral, ha bajado el pistón. Aunque bien es cierto que ha compensado el acelerón sustituyendo la Coca-Cola por una sin cafeína, abusando de la leche con miel para calmar la garganta (ha tirado mucho de remedios naturales para remediar la afonía que se ha notado algunos días) y de paso alimentarse de algo más que bocadillos apresurados.

Dicen sus acompañantes que no ha parado ni un momento, ni siquiera en el autobús de campaña que trasladaba a su equipo de un mitin a otro. Siempre había un dosier sobre el encuentro sectorial de después, datos, informes o incluso los cientos de cartas y peticiones que los ciudadanos le han hecho llegar estos días junto a las canastillas y patucos para el bebé que nacerá en julio. Y es que no ha habido visita donde no haya recibido abrazos, achuchones o mensajes de ánimo para el embarazo y las elecciones, alimentando así una imagen de émula de Evita (aunque sin Perón). "Nuestros niños""nuestros mayores", "nuestra tierra" aderezan sin tregua su mensaje de identificación con la región, que lleva incluso a su vestuario, rojo (de socialista) y verde andaluz.

Se define como una mujer sencilla. Devota de la Esperanza de Triana, su barrio de siempre y en el que reside cerca de casa de sus padres junto a su marido; bética hasta la médula y aficionada a los toros, la presidenta de la Junta de Andalucía se ha esforzado por recuperar al obrero como signo de identidad de su partido en tiempos en los que pocos se definen así. Ella misma se ha mostrado como ejemplo: casada con un mileurista, hija de fontanero municipal y ama de casa, es la primera de tres hermanas y la primera que estudió una carrera universitaria gracias a las becas, como ha recordado varias veces.

Derecho se le atragantó durante una década porque ya entonces estaba metida en el partido, donde fue forjando su carrera y su carácter, decidido y con determinación, como demostró cuando rompió con IU pese a tener aprobados unos presupuestos o incluso cuando aseguró que retiraría los escaños a los expresidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán si eran imputados, uno de sus momentos más amargos. En el PSOE ha sido de todo: secretaria de organización y secretaria provincial y general en Andalucía. Pero dejó pasar el tren para serlo a nivel federal. Su experiencia le ha permitido tener el partido cohesionado y conocerlo como la palma de su mano. Es cierto que ha procurado rodearse de gente que no le haga sombra, de tal manera que, si desaparecía, el partido o el Gobierno quedaban huérfanos.

En lo institucional, ha sido concejala, diputada autonómica y nacional hasta que en el 2013 José Antonio Griñán la rescató como consejera de Presidencia. Empezó entonces un liderazgo con una enorme proyección nacional -se codea con el Rey y los gerifaltes del Ibex 35- que la ha llevado a ser, de momento, la primera mujer elegida presidenta de Andalucía.