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El 'caso Rosell'

JOAN Tapia

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De las elecciones del Barça con una participación del 48%, del triunfo de Sandro Rosell con el 61% de los votos, más que sus tres oponentes juntos, y de la derrota del candidato de Joan Laporta surgen conclusiones con valor político.

Primera, la alta afluencia a las urnas. Que un domingo de junio 58.000 catalanes se movilicen indica alguna cosa. La votación fue solo algo inferior a la del Estatut o a la de las últimas elecciones catalanas. Y solo había un colegio electoral en Barcelona (nada céntrico), cuando en los otros comicios hay multitud. La gente participa cuando ve resultados (el Barça gana) y hay ilusión. Es algo que debe hacer reflexionar a los políticos porque las encuestas

–empezando por las oficiales del CEO y el CIS– muestran serios avances de la desafección. Quizá por el exceso de griterío, o por la pérdida de credibilidad, o porque aquí –en contra de lo que pasa en las grandes democracias europeas– los ciudadanos no eligen diputados de carne y hueso, sino listas partidistas.

Segunda, Rosell ha ganado con una oposición coherente, mantenida en el tiempo y sin descalificaciones dramáticas. Su apoyo a la moción de censura del 2008 fue cauto y ha recogido las corrientes críticas (incluido el nuñismo) con suavidad. Además, su catalanismo es natural, tranquilo y de amplio espectro.

Tercera, los éxitos no garantizan nada. Laporta ha sido tenaz y el Bar-

ça lo ha ganado todo, pero no ha marcado una línea clara. La politización es peligrosa en un club muy plural y ha dado bandazos al designar sucesor. Primero fue el economista Xavier Sala Martín. Apostó por un independentista con personalidad y algo neocon. Pero sus americanas no sedujeron a la junta ni a los sondeos y huyó hacia Alfons Godall, un buen amigo sin aristas que pecó al buscar el paraguas de Ferran Soriano-Marc Ingla. Laporta lo fulminó y recurrió a Jaume Ferrer, correcto vicepresidente con el que tuvo un fuerte choque por el asunto del espionaje. Y Ferrer, prudente a tope, no ha hecho buena una campaña.

Cuarta, un presidente del Barça que, pese a coleccionar todos los títulos, no coloca a su candidato proclama que no tiene la cualidad integradora necesaria para encabezar una gran alternativa política. Laporta puede ser otro Joan Carretero. Poco más. Es un dato que favorece a Artur Mas, pues parece que el independentismo de derechas no tendrá candidato.

Hay más. CDC lleva en sus genes un catalanismo tan fuerte como pragmático. Pero gestos soberanistas como la votación del Parlament sobre el referendo la tiñen más de Laporta que de Rosell. Y la agresividad contra el tripartito está lejos del estilo ganador en el Barça. ¿Debe ser la política más destructiva que la riña en un club de fútbol?