CUADERNO DE VERANO

Wagner, en sesión continua

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ROSA MASSAGUÉ

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Ver las 16 horas que dura la tetralogía de Richard Wagner ‘El anillo del nibelungo’ en menos de dosdías es una experiencia bastante insólita. Según cómo se realice puede acabar con la paciencia del espectador, enviarle directamente al reino de Morfeo o herir su sensibilidad musical. Puede también mandarle a la gloria.

El que Gustav Kuhn ha dirigido en el Festival del Tirol, en Erl, en el Passionsspielhaus, no consigue lo primero, pero tampoco lo segundo. Tiene unos puntos brillantísimos. Otros, por el contrario resultan muy decepcionantes. Y el responsable de lo uno y de lo otro es el propio Kuhn.

El director es el factótum de Erl. Es quien programa el festival, quien dirige la orquesta, quien firma la puesta en escena y también la iluminación. Y ahí es por donde su ‘Anillo’ no es redondo.

Empecemos por lo mejor que es la orquesta. Se trata de una formación muy joven, salida de su Accademia di Montegral (Lucca, Italia), entregada al maestro y con muchas ganas de triunfar, reforzada por algunos miembros de la orquesta de la ópera de Minsk (Bielorrusia).

Kuhn consigue sacar de esta formación un sonido limpio, brillante, compacto. No crea el ambiente misterioso de los primeros compases de ‘El oro del Rin’ o el poder amenazante, también de los primeros compases, de ‘La Valquiria’. Pero la orquesta enseguida gana pulso y no lo abandona hasta el final del agotador programa. Con su batuta Kuhn insufla a los jóvenes instrumentistas todo el poder de la partitura de Wagner que responden plenamente a las exigencias del compositor y a la lectura que el maestro hace de ella.

Que para Kuhn la música y sus intérpretes son lo más importante queda claro nada más alzarse el telón porque lo que se ve al fondo del escenario es a la orquesta situada en una gradería ascendente culminada por la silueta de las seis arpas.

La primera impresión es la de que estamos en una especie de anti-Bayreuth, en el contrario del foso místico del teatro que el compositor construyó para su música en la ciudad alemana, donde en la parte más elevada se sitúa el director mientras que los músicos están en escalones descendentes y todo ello fuera de la vista del público.

La segunda impresión es más bien una pregunta: ¿tapará el sonido orquestal a las voces? Y la respuesta es un rotundo no. Nunca el sonido consigue hacer desaparecer la actuación de los cantantes.

Si la orquesta es lo mejor de este ‘Anillo’, el balance de las voces resulta menos positivo, pero ¿cuándo hay una tetralogía en la que todas las voces suenan a la perfección? En Erl se da un caso curioso,  poco habitual y muy de agradecer. Las voces de conjunto como las de las hijas del Rin, las valquirias, o las ‘nornas’ suenan todas muy compactas, con un mismo nivel de calidad vocal y de interpretación. Un óptimo resultado.

En cuanto a los solistas principales, el balance es irregular. Prácticamente todos provienen también de la Accademia creada por Kuhn y en muchos casos resulta evidente que se trata de voces a las que les falta madurez para interpretar los muy exigentes personajes wagnerianos (y cabe preguntarse si no estropearán su voz con este cometido interpretado posiblemente antes de tiempo en sus carreras).

Aún así, hubo considerables excepciones en el último ciclo de este ‘Anillo’, los días 1, 2 y 3. Destacaron muy notablemente Michael Kupfer como Wotan (‘El oro del Rin’) y Gunter (‘El ocaso de los dioses’) o Thomas Gazheli que fue un gran Alberich (‘El oro del Rin’ y ‘El ocaso’)  así como El Caminante (‘Siegfried’). Johannes Chum fue un vibrante Loge, y Hermine Haselböck una muy compuesta Fricka.

Hubo tres Brünnhilde y allí quedaron patentes los problemas de falta de madurez. Mona Somm (‘El ocaso’) fue la más convincente, pero quizá la mejor y más bonita voz fue la de Nancy Weissbach (‘Siegfried’).

En cuanto al papel de Siegfried, había el mismo problema de falta de experiencia y de desarrollo vocal. Además, la voz de Gianluca Zampieri en ‘El ocaso’ parecía mucho más adecuada para interpretar al joven héroe de ‘Siegfried’ cantado por Michael Baba.

Andrea Silvestrelli tiene toda la potencia vocal y la profundidad para cantar los papeles del gigante Fafner y del perverso Gunther, solo que el timbre de su voz resulta poco agradable al oído. El otro gigante, Fasolt, era interpretado por un veterano de los grandes escenarios, por Franz Hawlata, que no parece estar en su mejor momento vocal con una voz que se nota gastada.

Y después de la orquesta y las voces, viene la tercera parte que es la más decepcionante, la puesta en escena. Kuhn no comparte los planteamientos de las producciones que hoy son habituales en los teatros de ópera. Por ello, él también se encarga de esta parte con unos resultados que permiten pensar que al maestro, en realidad la puesta en escena no le interesa para nada.

Con la orquesta en el escenario y, seguramente por falta de medios técnicos y económicos, Kuhn hace una semiescenificación que, curiosamente, cae en las mismas tonterías que tanto critica. Las valquirias aparecen en bicicleta y no dejan de dar vueltas al escenario. Los gigantes van vestidos uno de futbolista americano y el otro de jugador de hockey sobre hielo. Fricka, la defensora de la familia y de la moralidad, va enfundada en un mono de cuero rojo y unos tacones de vértigo. Hay un vestuario contemporáneo junto a otro que parece histórico en abstracto.

El mayor problema está en que todo resulta de una incoherencia extrema. No hay un planteamiento que justifique el batiburrillo en el que se mueven los cantantes. Un factor muy irritante son las numerosas e innecesarias apariciones de niños. Y para acabar con lo negativo, hay que anotar la iluminación. Queda claro que Kuhn no es un experto en la cuestión.

Dicho todo esto, ¿cuál es el balance global de este ‘Anillo’ visto desde un viernes a las siete de la tarde hasta un domingo a las cuatro, también de la tarde, desde unas butacas que compiten en incomodidad con las de Bayreuth? Es el triunfo de la música y la oportunidad de que jóvenes cantantes puedan desarrollar su arte en un escenario.

Es lo que quiere el maestro Kuhn.