El cuerno del cruasán

El violinista que trabajaba de barbero

JORDI PUNTÍ

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Tengo esta costumbre: siempre que paso unos días en el extranjero, busco una barbería y me corto el pelo. Me gusta meterme en la rutina de alguien, y mientras trabaja con las tijeras, poder captar un pedazo de realidad que me es desconocida. Más de una vez he acabado con un corte de pelo absurdo, pero los barberos suelen ser buenos conversadores y la experiencia siempre vale la pena. Lo cuento porque hace un par de años fui al barbero en Nueva York. El local era de un italiano. En la puerta un cartel anunciaba que allí se había filmado un episodio de la serieLos Sopranoy este detalle me hizo decidir. Me recibió el propietario, un señor de voz ronca llamadoRocco,pero quien me cortó el pelo y me afeitó fue otro barbero. Era alto, delgado y tenía los brazos largos. Nos pusimos a hablar y le pregunté de dónde era. Por su acento parecía del este de Europa. Entonces me contó que era armenio. Había llegado a Nueva York hacía dos décadas, huyendo de algún conflicto bélico. En su país era violinista de orquesta. Ya en Estados Unidos, pronto comprendió que debería renunciar a su vocación musical, si quería sobrevivir, y se puso a trabajar de barbero. Pensé que manejaba la navaja con el mismo cuidado que si se tratara del arco del violín.

Estos días, viendo las colas de refugiados en la frontera entre Libia y Túnez, me he acordado del barbero violinista. También me ha hecho pensar en otro caso parecido. Hace un tiempo fui a Manchester y, saliendo del aeropuerto, cogí un taxi. Le di la dirección al taxista y, para ponérselo más fácil, le dije que era donde estaba el Instituto Cervantes. «¡0h, Cervantes!», profirió entonces, y me contó que para él elQuijoteera una de las mejores novelas. Durante el trayecto supe que había huido de Irán durante la guerra con Irak. Era profesor ayudante de Literatura en la Universidad de Teherán. Había estudiado a los estructuralistas franceses y era un devoto deRoland Barthes.Una vez en Gran Bretaña, todo ese bagaje solo le había valido para conducir un taxi.

En la mayoría de los casos, emigrar significa poner el contador a cero, trasplantarse en otra tierra pero habiendo perdido muchas conquistas personales. No hace falta viajar para darse cuenta. Seguro que cerca de nosotros habrá algún albañil con diploma universitario, una cajera de supermercado que gusta de escuchar aMozart.Pero no lo sabemos. Una especie de vergüenza ajena les impide contarlo.