El origen del tinte violeta
El primer color democrático
Cuando las sufragistas decidieron hacer del malva su bandera, sin saberlo, eligieron el primer pigmento igualitario
Desde que las sufragistas inglesas lo adoptaron, el color violeta se identifica con el feminismo. El día de la mujer es violeta desde hace años, pero este año de reivindicaciones universales lo ha sido más que nunca. El traje violeta de Salma Hayek en los Oscar. Los lazos violeta. Los globos violeta de las manis. Sí, sí, ya sé que es un poco tarde para hablar del día de la Mujer. Sin embargo, no lo es para hablar de sir William Perkin, el hombre que descubrió por casualidad un tinte de color violeta y que esta semana hubiera cumplido 180 años.
William Perkin tenía solo 18 años y era un loco de la química cuando, mientras trataba de sintetizar quinina en un laboratorio, dio con un tinte sintético prodigiosamente hermoso y brillante al que llamó «malveína» (malveine, en inglés). Quedó tan sorprendido por la belleza e intensidad del nuevo color que decidió hacer algo con él. Ese fue, en realidad, el mérito de Perkin: su decisión casi adolescente de emplearse a fondo para convencer al gremio de tintoreros del Reino Unido de que se pasaran a su tinte sintético. «Violeta de Perkin», se llamó desde entonces.
Que el violeta despertara interés en el mundo de la moda es fácil de entender. Antes de los tintes sintéticos, los malvas, púrpuras o violetas eran colores extremadamente caros. El púrpura más antiguo, que vestían los césares romanos, se elaboraba con un extraño mejillón que solo se criaba en Oriente Medio, y que hoy está extinguido. En sus tiempos se necesitaban miles para teñir un triste pañuelo. Era, pues, un color de distinción, al alcance de casi nadie. El hallazgo y la cabezonería de Perkin hicieron del malva un color al alcance de cualquier hijo de vecino. Aunque conservando su aire distinguido.
Alquimia y desconfianza
El gremio de tintoreros no era en el siglo XIX muy amigo de innovaciones. Estaban cansados de lidiar con las oscilaciones de los precios, con las pérdidas económicas y con la mala calidad de ciertos productos. Les debió de sonar a chino lo que Perkin fue a contarles: que a partir de ahora podrían teñir de color malva sin sobresaltos gracias a un producto sintetizado en un laboratorio, que siempre salía igual, no dependía de las cosechas y no variaba de precio. Y que no se cosechaba ni se recolectaba, claro, ni sufría los caprichos de los productores. Si la tintorería artesana siempre tuvo algo de alquimia y sus artífices siempre fueron mirados con desconfianza, ahora aquel invento nuevo les forzaba a recelar hasta de los suyos.
El caso es que Perkin no desfalleció. En su correspondencia cuenta que de tanto hacer demostraciones a tintoreros de distintas ciudades inglesas, sus manos quedaron manchadas de un permanente e imborrable color malva. Pero he aquí que le llegó el primer golpe de suerte: un tintorero y blanqueador escocés, tan idealista quizá como él, le tomó en serio y comenzó a producir aquel color hermoso, que habría de cambiarle la vida. Las mujeres comenzaron a desearlo, porque tenía algo de irresistible. Y he aquí que de pronto la Reina Victoria se presentó en un acto oficial con un vestido de color violeta y lo puso de moda. Desde ese momento no hubo mujer que no deseara vestir de malva. De pronto todo fue malva: sombrillas, abanicos, zapatos, guantes, pañuelos… En las páginas de su revista 'All Year Round', el novelista Charles Dickens satirizaba los gustos del momento publicando un artículo titulado ¡Malveicémonos! Cuando eso ocurrió, Perkin ya era rico, aún era joven y ya pensaba en retirarse. A su alrededor, el mundo se iba malveizando. El color transformó la vida de muchos tintoreros. Entre otros, de uno llamado Silvestre Pujolà, natural de un pequeño pueblo junto a Olot llamado Sant Cristòfol les Fonts, que marchó a Mataró a hacer fortuna, y la hizo, precisamente, tiñendo de color violeta todo lo que se le puso por delante. Ese señor, que nació en 1842 y murió en 1901, era mi tatarabuelo. Uno de los tantos a quien William Perkin cambió la vida. Comprenderán, pues, que tanto el malva como su artífice me caigan bastante bien.
Cuando las sufragistas inglesas decidieron hacer del malva su bandera pensaron en la reina Victoria y en las damas privilegiadas. Ellas también querían privilegios. Pero sin saberlo, eligieron también el primer color democrático e igualitario, un color que podían vestir tanto criadas como reinas porque era barato y no se agotaba. Me encanta que ese sea el color de las reivindicaciones de millones de mujeres. Y me encanta que este año en que Perkin hubiera cumplido 180 años lo haya sido más que nunca.
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