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Vida de un árbitro

JORDI PUNTÍ

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¿Les dice algo el nombre de Byron Moreno? Aunque de entrada les haga pensar en un galán de telenovela, cualquier aficionado al fútbol recordará que se trata de un famoso árbitro ecuatoriano. Byron Moreno pasó a la historia en el verano del 2002, tras una actuación más que discutible en un partido del Mundial entre Italia y Corea del Sur. Esta semana su nombre lírico ha vuelto a la actualidad, pero por razones extradeportivas: el lunes fue arrestado en el aeropuerto JFK, de Nueva York, con seis kilos de heroína ocultos en su ropa interior. Según El Comercio, diario de Quito, es como si ese partido maldito hubiera trastocado su vida. Tras ese Mundial, Byron Moreno siguió arbitrando, pero pronto fue suspendido por alargar un partido más de 10 minutos, los necesarios para que el equipo local marcara dos goles y venciera por 4-3. En el plano personal su vida también se torció: afrontó un divorcio, la muerte de un hijo y se endeudó en varios negocios. El trabajo de mula para el narcotráfico, pues, se ha visto como una huída hacia delante.

El deporte es un vivero de historias peculiares, pero solo los héroes y los villanos forman parte de la leyenda. Ujfalusi será recordado por haber convertido el tobillo de Messi en una pelota de tenis. En el otro extremo, el de la bondad, está el caso de Franklin Lobos, futbolista chileno: llegó a jugar en la selección hace un cuarto de siglo, pero se ha hecho famoso ahora por ser uno de los 33 mineros atrapados en el yacimiento. Le llamaban El Mortero Mágico por su forma de chutar las faltas, se recuerda.

Nos sorprende que un jugador profesional acabe de minero, pero es que vivimos deslumbrados por el éxito inmediato y olvidamos que la carrera de los deportistas suele ser corta. Este contraste entre lo público y lo privado, junto con el paso del tiempo, ofrece episodios novelescos. Jean Echenoz, por ejemplo, acaba de publicar la novela Correr (Anagrama), que tiene como protagonista al mítico atleta Emil Zátopek. Su carrera victoriosa y humilde contrastó con el control del gobierno comunista checo y Echenoz nos lo cuenta como si corriera una carrera de 10.000 metros: sin prisas ni histerias, pero sabiendo que cada zancada -cada frase- es importante para llegar al final.