Una mirada solidaria

Un día sin Emma

Hoy Emma no está, ha hecho huelga, y yo habito, por unos instantes, en la parte de la casa que es suya

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Josep Maria Fonalleras

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Un día de septiembre de 2010, escribía esto: "Más que la vecina de enfrente, Emma Riverola es la persona con la que comparto el alquiler, que es un asunto nada sentimental pero que tiene mucha prosopopeya. Emma y yo miraremos con dos miradas diferentes (tal vez enfrentadas, quizá solidarias) a través de la misma ventana". Hoy, siete años y medio después, es el primer día que me despierto sin oir el ruido de sus pasos en el comedor de este piso compartido, que ahora es un ático y que fue, un tiempo, la planta baja de la finca de opinión de este diario. Emma siempre se despierta antes (traduzco el intento de metáfora: envía antes sus artículos) y cuando salgo de mi cuarto resulta que el piso ya está en orden. En las habitaciones, cada uno hace lo que quiere. Cuando nos encontramos en la sala de estar o en la cocina (es un piso pequeño: un pañuelo) nos damos cuenta que hay días que vemos el mundo de la misma manera y que hay otros en que divergimos profundamente de lo que vemos a través de la ventana, esta apertura que sirve para observar, pensar, decidir y finalmente escribir todo esto que luego el lector leerá.

Como un campo de fútbol

Hoy, sin embargo, Emma no está. Ha hecho huelga. Y yo habito, por unos instantes, en la parte de la casa que es suya. Le he dicho que no quería irrumpir en su habitación, tan ordenada como la tiene, pero ella me ha dado permiso e incluso me ha dejado dicho que haga la cama y que la ventile y que después también me dedique a otras actividades rutinarias del piso. Lo hago, Emma, ya ves. Y lo cierto es que esta estancia, ahora que no estás, se me hace extraña y la encuentro más amplia y a la vez más vacía. Ay, no sé muy bien qué decirte. Te podría hacer una lista de los artículos que habría escrito si tú hoy estuvieras, en mi rincón de la izquierda, no en este campo de fútbol que son las dos miradas cuando falta una. Ya sabes que a veces los comentamos. No sé: hablaría de este empresario alemán tan maleducado o de la candidatura de Jordi Sànchez, de las maniobras del Supremo o de qué color deben ser las rosas del día de Sant Jordi.

Pero hoy tengo ganas de terminar esta invasión de tu mirada con una mirada a las mujeres que he conocido y que, abnegadas, han hecho valer su dignidad en el día a día de un mundo que les era hostil. En mi madre, por ejemplo, que no pudo hacer de aparejadora porque encontraban que era demasiado masculino. O en otras madres como ella, que lucharon contra la adversidad con un coraje que han transmitido a sus hijas y que se resume en tres lecciones: gravedad ante la tragedia; ética del esfuerzo en la lucha de cada día; alegría de vivir, a pesar de los obstáculos. Y, sobre todo, la irrenunciable decisión de gobernar tu mundo.