Tratando de explicar lo inexplicable

JOSEP MARIA POU

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ayer viernes 27 de marzo fue el Dia Mundial del Teatro. Y en los teatros de todo el mundo se leyó el Manifiesto que, año tras año, escribe al efecto una figura destacada de la escena. El primero, en 1962, lo escribió Jean Cocteau; el siguiente, Arthur Miller; el siguiente, a cuatro manos, Laurence Olivier y Jean-Louis Barraul; y luego Peter BrookLuchino Visconti, Richard Burton, Eugene Ionesco, Edward Albee, Vaclav Havel, Darío Fo, Judi Denchy, así hasta llegar a 53, que son los años que lleva celebrándose la fecha. El de este año lo ha escrito un pretigioso director polaco, Krzystof Warlikowski. Lo leí hace unos días, cuando se dio a conocer, y lo escuché ayer mismo, caída la tarde, por boca de Abel Folk, en el acto que tuvo lugar en el CCCB.

Leído dos veces, con pocas horas de diferencia, el manifiesto se me hizo radicalmente distinto. En la primera lectura, descubrí una apuesta decidida por la paz frente al horror y el caos, y una llamada valiente a no callar, a no olvidar, a no dar la espalda, a mantener viva, desde el escenario, la memoria del conflicto -de cualquier conflicto- hasta el último rescoldo. Esa es, en definitiva, una de las razones de ser del teatro desde EsquiloSófocles y Eurípides: mantener viva la memoria. Pero luego, en la segunda lectura, todo lo que antes había sido reflexión serena se convirtió en escalofrio. De repente, todo tenía otra dimensión. Las palabras golpeaban directamente en el estómago. Me descubrí la piel de gallina y el nudo en la garganta. Los ojos humedecidos.

¿Qué había pasado entre una lectura y otra? La tragedia de los Alpes. El accidente -¿el crimen?- con el que llevamos conviviendo ya cinco largos días, de sorpresa en sorpresa, y que nos ha colocado a todos frenteal abismo de nuestros propios miedos. Era ahí donde el manifiesto de Warlikowski parecía  recién escrito: «Y nos sentimos desprotegidos, horrorizados y acorralados. Y ya no podemos construir torres. Las murallas que levantamos, obstinadamente, no nos protegen de nada. Ya no tenemos la fuerza de tratar de mirar lo que hay más allá de las puertas, detrás de los muros. Y es por eso, exactamente, que el teatro debe existir y donde debe encontrar su fuerza».

Seguiré buscando consuelo en el teatro. Tratando de encontrar explicación a lo inexplicable. Hasta quedarme sin aliento como ahora estoy sin palabras. Mudo ante el horror, mudo ante el dolor. Débil. Inútil. Incapaz.