Escenas cotidianas
El tiempo que habitamos
Los peridódicos vienen cargados de artículos sobre este mundo loco que galopa hacia atrás en un cambio brutal de era
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Pido un café en la barra y, en el taburete de al lado, una treintañera le cuenta a alguien por el móvil que su contrato es de cuatro horas pero que, en realidad, le toca trabajar ocho. El precariado se extiende como una mancha de vino en el mantel. Pago, salgo a la calle y, nada más pisar la acera, casi me arrolla un patinete eléctrico que circula con la velocidad de quien no va a ninguna parte, como el 'president' Torra. Encima, me cae una bronca de tres pares por estar en Babia. Me acerco al dentista. En la sala de espera, otra charla en torno al vil metal (del dinero solo se habla cuando escasea): dos señoras veteranas comentan alarmadas los casi 3.000 euros que le cuesta a un matrimonio conocido la residencia del abuelo. ¿Quién puede pagar eso? La tele está puesta bajita, para entretenernos, para que no pensemos en el taladro del empaste. Aparece en la pantalla el insufrible Trump soltando barbaridades y, al rato, una Theresa May que baila patosa una canción de Abba, 'Dancing Queen', mientras el enorme pollo del 'Brexit' acaba de dorarse en su horno. Dos ejemplos preclaros de la política espectáculo basada en la mentira.
La jornada prosigue con sus servidumbres, pequeños contratiempos (el atasco de la persiana del dormitorio por segunda vez en una semana) y, al caer la noche, la lectura de periódicos atrasados. Los del domingo vienen cargados de artículos interesantes sobre la crisis que se viene y este mundo loco que galopa hacia atrás en un cambio brutal de era. Aquí y allí, algún síntoma positivo, de que las cosas quizá puedan ir a mejor, como la conciencia ecológica, el fin de la impunidad en los abusos sexuales y el descrédito de las viejas formas de autoridad, pero, caray, qué fatiga, qué ganas de que acabe el siglo XXI.
Ceno una tortilla a la Manuel Valls, y en el rato de zapeo televisivo lo más profundo que aparece, lo de mayor calado, es Aramís Fuster buscando su alma perdida en la casa de 'Gran Hermano'. Decido tirar la basura y acostarme enseguida. El día no da para más.
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