Pequeño observatorio

Un tiempo de guerras y de besos

El besuqueo ha ido en aumento. A mí me gustan lentos y con una mirada compartida

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JOSEP MARIA ESPINÀS

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Todos hemos visto fotografías impresionantes. Una vista del elevado Everest. La imagen de un motorista de carreras que coge mal una curva y da cuatro o cinco vueltas de campana a 200 kilómetros por hora. La familia que huye de una guerra, en Oriente, llevando solo un saco a la espalda.

Hay otro tipo de fotos que no son dramáticas, sino chocantes. Al menos para mí. La última que he visto y me ha llamado la atención no tiene nada de bélica ni de dramática. Es la foto de Rajoy Angela Merkel a punto de darse un beso. Los labios de los dos personajes están a pocos centímetros. Las narices están a punto de tocarse, pero se adivina que en el último momento habrá un pequeño movimiento para que los labios no se toquen, aunque estén cerrados. Un admirable y preciso desplazamiento lateral.

Que la práctica del beso –del falso beso– haya entrado en el ámbito de la diplomacia me parece un hecho extraordinario. Me cuesta mucho imaginarme que Churchill diera besos a unos políticos de su tiempo y de otras ideologías. Chateaubriand no fue un gran poeta, que yo sepa, pero escribió: «Por tus besos vendería mi futuro».

¿Hay alguna explicación para que un movimiento labial tan pequeño haya adquirido esta carga emotiva y sentimental? Y en nuestro tiempo, en el que tantos hechos y costumbres están restringidos por normas a pesar de su importancia tan escasa, ¿cómo es posible que no se haya instaurado el arte del beso?

Pienso que el besuqueo ha ido aumentando. Intento recordar mi juventud y pienso que los besos no eran abundantes. Podríamos decir que se producían en circunstancias muy concretas. Hoy ha aparecido una nueva costumbre: el beso de entrada. ¿Conoces a Joan? Beso. ¿No conoces a Montserrat? Beso. Ya conoces a Marta, ¿verdad? Beso antes del «sí» o del «no».

El beso ya no tiene barreras. A mí me gustan los besos. Pero lentos y acompañados por una compartida mirada.