TRIBUNA
Sócrates y Miss España
Porque en un mundo donde las mujeres todavía son un objeto del mercado que persiste en negar su inteligencia, lo más digno es ponerlo en cuestión
Anna Pagès
Profesora de la Facultad de Educació Blanquerna-Universitat Ramon Llull
ANNA PAGÉS
'El Banquete' de Platón es la historia de un grupo de amigos que quedan para cenar en la antigua Atenas. Por el camino, uno de los invitados coincide con Sócrates y le propone apuntarse. Sócrates acepta un poco desmotivado. Normalmente no se conmueve ni se entusiasma por las manías de otros. Él no es como los demás: por eso la gente le pide consejo, porque es especial. Sin embargo, no cesa de repetir: “solo sé que no sé nada”.
Miss España
Hace unos días me encontraba en un avión a punto de despegar cuando escuché a un muchacho del personal de cabina que le decía a una compañera: “Solo sé que no sé nada. ¿De quién es esta frase?” Silencio. Y añadió: “Creo que de Miss España”. Di un respingo en mi asiento pensando que no había oído bien o que, sin duda, se trataba de un chiste. Pero nadie se rió. Entonces pensé que, chiste o no, aquella tontería escondía una pequeña verdad. Porque un poco “Miss” sí era el pobre Sócrates.
Deseado por todos, alabado y admirado, como quien gana un concurso de belleza pero no termina de creerse que sea la más bonita. Sin embargo, Sócrates critica la potencia masculina que suelta discursos, segura de que todo puede ser dicho o hecho. Dispara contra el prototipo de masculinidad que se ducha en el vestuario después de hacer deporte y hace comentarios soeces, como Trump cuando decía que sus observaciones obscenas “eran una charla de hombres”.
Este es el nivel que combate el filósofo. Pero (y aquí vamos a Miss España) también combate otro, que nos hace creer que ser bonita e idiota es lo mismo. Miss España no sabría nada (como Sócrates) porque se supone que es tontita. En aquella cena los hombres deciden hablar sobre el amor. ¿Qué es el amor? ¿Es un dios o un semi-dios? ¿Cómo llega y cómo se va? Cada uno de los invitados suelta un rollo solemne, un blablá aburridísimo, con la finalidad de demostrar que ellos “saben”. Cuando llega el turno de Sócrates la cosa cambia. Como siempre, dice que no sabe nada (hasta aquí normal) pero entonces añade que lo poco que sabe sobre el amor se lo enseñó una mujer, Diotima de Mantinea, sabia sobre el amor y sobre “otras muchas cosas.” Ella le explicó que el amor no va de lo que tenemos sino de lo que quisiéramos tener y nos falta. Diotima es el saber que le falta a Sócrates, quién orienta el deseo de saber.
En Cenar con Diotima. Filosofía y Feminidad (Herder Editorial, 2018) me he ocupado de esta historia pensando en los obstáculos de todas las mujeres sabias que mantienen conversaciones con hombres. En boca de Sócrates, Diotima resquebraja la compacta visión masculina. El universal filosófico es un problema para quién cree no saber nada. Si Miss España hubiera dicho realmente la frase de Sócrates no hubiera aceptado el concurso de belleza. Por eso el chiste no tiene gracia. Porque en un mundo donde el protocolo tecnificado decide qué pensamos y qué no; donde la rivalidad arrasa con todo; en el que las mujeres todavía son un objeto del mercado que persiste en negar su inteligencia, lo más digno es, justamente, ponerlo en cuestión, como Diotima.
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