El epílogo

La 'socio preferencia'

ENRIC HERNÀNDEZ

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Con siete años de retraso respecto al horario previsto (por CiU), Artur Mas obtuvo ayer la investidura del Parlament como president de la Generalitat. Se rompieron todos los pronósticos: ni el candidato anduvo sobrado a la hora de recabar complicidades de otros grupos, como tan felices se las prometían los suyos, ni lo fio todo a una más que probable abstención del PP, que pudiera haber obtenido sin más contrapartida que una vaga promesa de colaboración futura en el caso de que Mariano Rajoy no coseche en las urnas la mayoría absoluta que atisban los sondeos, incluido el que hoy publica este diario.

No, el líder de CiU se propuso desde el principio una carambola a tres bandas (abstenciones del PSC, PP y ERC) para tomar las riendas del país con las manos libres, pero a sabiendas de que, ante la menor dificultad, su prioridad era el entendimiento con los socialistas. Entre otras razones, porque hacer manitas con el PP no sería bien visto por el electorado de CiU, mientras que el flirteo con Esquerra, además de dar alas a los abatidos republicanos, incomodaría al establishment empresarial. Algo poco aconsejable cuando se aspira a presidir un Govern «business friendly», afortunado eslogan que suena mucho mejor que «amigo del negocio».

De ahí que Mas se aviniera a plasmar por escrito unos compromisos con el PSC que, si bien no empecen para hallar otros aliados, trazan un escenario de colaboración entre las dos fuerzas centrales de Catalunya. Complicidad clave para los grandes retos del país -lucha contra la crisis, política social, desarrollo estatutario...-, y al tiempo estratégica para ambos partidos si quieren preservar sus espacios de poder (statu quo en los medios públicos, eventual ley electoral...) ante sus minoritarios pero cada vez más numerosos rivales.

A la espera del botín

En puridad, no cabe hablar aún de sociovergencia. Acaso de socio preferencia: la elección del PSC como aliado preferente en el Parlament. Alivio para el PSOE, bálsamo para el empresariado y cuando menos contratiempo para quienes, en los aledaños de CiU, se frotaban las manos a la espera de adueñarse del botín.