Ser músico y judío en Viena

La Schubertiada de Vilabertran presenta 'La canción de la tierra', de Mahler, adaptada por Schönberg para una orquesta de cámara

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ROSA MASSAGUÉ

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Uno de los programas más atractivos de esta edición de la Schubertiada de Vilabertran era el concierto en el que se interpretó 'Das Lied von der Erde' ('La canción de la tierra'), de Gustav Mahler, el día 21, con un conjunto instrumental dirigido por Josep Pons y con las voces del barítono Matthias Goerne y el tenor Charles Reid. Completaban el programa el 'Prélude à l'aprés-midi d'un faune' ('Preludio a la siesta de un fauno'), de Claude Debussy.

El acoplamiento de estas dos piezas podría parece extraño, pero la clave que resolvía esta singularidad estaba en que ambas obras eran interpretadas en la versión adaptada por Arnold Schönberg para conjunto de cámara.

Schönberg era un gran admirador de Mahler, pero, explica Aina Vega en el programa de mano, uno de los elementos que unía a ambos compositores era su origen judío, un origen que implicaba una serie de identidades a veces compartidas, pero las más de las veces en conflicto.

Mahler había manifestado su desarraigo "como bohemio nativo en Austria, como austríaco entre alemanes y como judío en todo el mundo" En términos parecidos se había expresado Schönberg quien en una carta a Kandinsky había escrito: "No soy ni un germano, ni un europeo, ni siquiera un hombre [...], si no que soy judío".

En aquella Viena de las primeras décadas del siglo XX en la que Mahler escribía 'La canción de la tierra' (1908-1909) y Schönberg la adaptaba (1921) para los reducidos presupuestos de la Sociedad para Interpretaciones Musicales Privadas que había creado, triunfaba otro compositor judío enfrentado también a diversas lealtades. Era Karl Goldmark (1830-1915), uno de los compositores más populares en la capital de un imperio que llegaba a su fin.

La música de Goldmark se asocia históricamente a la Viena del crecimiento económico y del desarrollo urbanístico que marcó la construcción de la Ringstrasse, la gran avenida que rodea el centro de la ciudad y que este año celebra el 150º aniversario de su inauguración. Hoy Goldmark es un músico poco conocido. Su obra más famosa es la ópera 'Die Königin von Saba' ('La reina de Saba') raramente representada en la actualidad, de la que sin embargo Roberto Alagna nos interpretó el aria 'Magische Töne' en el concierto 'L'ànima del Liceu' hace tres años.

Los dilemas de Goldmark, los polos de tensión entre los que se debatía, no eran muy distintos a los de Mahler o Schönberg. ¿Era un compositor de la ópera nacional judía que escribía para su comunidad o era un judío asimilado? Nacido en Hungría (su nombre era Károly), ¿era austríaco o era húngaro de habla alemana? Goldmark tenía además otro dilema. Había promocionado tanto a Brahms como a Wagner pese al antijudaísmo furibundo de este último ¿Era brahmsiano o era wagneriano?

Una pequeña exposición (hasta el 13 de noviembre) en las salas decoradas por Adolf Loos que albergan la colección de música de la Biblioteca de Viena plantea estos dilemas de imposible solución.

Después de esta larga digresión, volvamos a la pequeña localidad del Alt Empordà. El peculiar programa dentro de la Schubertíada traía a la memoria aquel proyecto tan estimulante, pero malogrado, que fue la Orquesta de Cámara del Teatre Lliure bajo la batuta de Pons. En esta ocasión el propio Pons, al frente de un conjunto instrumental creado expresamente para esta ocasión, formado por 14 músicos y las dos voces solistas, dirigía en estado de gracia.

La obra de Debussy fue un magnífico escaparate para el arte del flautista Álvaro Octavio, para demostrar el buen hacer del grupo, y un buen aperitivo para el plato fuerte que era 'La canción de la tierra', el ciclo de seis canciones con texto de autores orientales que Mahler escribió en uno de los momentos más duros de su vida y que en realidad es una sinfonía sin tal nombre.

Se puede objetar un volumen excesivo en algunos instrumentos o en la enorme voz de Reid que hacían pequeño el espacio de la Canónica de Vilabertran, pero el concierto resultó memorable con un Goerne que supo imbricarse con todo el conjunto y con la dirección de Pons, y un público que absorbía religiosamente el enorme regalo que se le ofrecía desde el altar a modo de escenario. El final, con la palabra "Eternamente..." repetida hasta casi desaparecer selló una gran noche de la Schubertíada de Vilabertran.