Editorial

La reunión Rajoy-Puigdemont

La discreción en el proceso catalán es deseable y necesaria, pero no la mentira contumaz y descarada

Rajoy y Puigdemont se saludan en la puerta de la Moncloa, en abril del pasado año.

Rajoy y Puigdemont se saludan en la puerta de la Moncloa, en abril del pasado año.

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Durante cuatro días, diferentes voces de la Generalitat y de Junts pel Sí (y otros actores, como el líder del PP catalán, Xavier García Albiol) han repetido de forma contumaz lo que no puede calificarse de otra forma que de mentira: que no había habido contactos entre el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el 'president' de la Generalitat, Carles Puigdemont, tal y como varias fuentes –como el portavoz del Ejecutivo central, Íñigo Méndez de Vigo, y el delegado del Gobierno en Catalunya, Enric Millo– habían desvelado de forma más o menos contundente. Incluso ayer, cuando la noticia ya había estallado y el propio Rajoy lo  había confirmado (bajo presión de los periodistas, eso sí), Puigdemont se enrocó en el Parlament en una distinción semántica entre hablar y negociar.

La discreción en asuntos tan delicados como el proceso catalán no solo es deseable, sino que es un imperativo. El diálogo entre los dos presidentes y sus respectivos ejecutivos debería ser una constante, y no una excepción, y por tanto el almuerzo entre ambos dirigentes merece reconocimiento. Lo que no es de recibo en política ni defendible desde un punto de vista democrático es la mentira descarnada a los medios y, por tanto, a la opinión pública. Y más cuando la supuesta demora de Rajoy en verse con Puigdemont se había convertido en motivo de críticas de la Generalitat al Gobierno central.

La reunión se produjo el 11 de enero, en vísperas de la cumbre de presidentes autonómicos a la que Puigdemont no asistió. En ella los dos presidentes se reafirmaron en sus conocidas posturas. Así, Puigdemont reiteró su intención de convocar un referéndum y Rajoy le indicó que nunca permitirá una consulta sobre la independencia. El fondo de la cuestión es el conocido: el presidente del Gobierno central plantea asuntos, como la financiación, dentro de una lógica autonomista que el 'president' de la Generalitat considera superada.

Hubo en la Moncloa diálogo, pero no negociación, por usar la terminología de Puigdemont, ya que en el asunto del referéndum no hay espacio para negociar entre el inmovilismo y la desobediencia unilateral. Se avecina, por tanto, el anunciado choque de trenes. Y con él, tiempos muy inciertos en los que es más necesaria que nunca una política responsable, no una basada en el engaño a cara descubierta.