Al contrataque

Recetas con foto

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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Llegan las Navidades y salen nuevos libros para regalo. Como en anteriores campañas, la gastronomía es la estrella. Publican recetario nuevo Karlos Arguiñano y también El Comidista, Mikel López Iturriaga. Los dos andan de promoción y en las entrevistas dicen cosas muy interesantes, porque son listos y porque hoy los periodistas preguntan de todo a los cocineros, como si fueran los nuevos filósofos. Por ejemplo, a Iturriaga le pregunta el locutor por qué su libro no tiene fotos. Él explica que las fotos incrementan el coste de fabricación del libro, pero que, sobre todo, inducen a la frustración del cocinero amateur porque, en general, nada que un ser humano cocine en su casa se parecerá a lo que preparan para el fotógrafo los estilistas de alimentos de publicidad.

No siempre fue así. Saco de mi biblioteca un ejemplar que reza Jardinería doméstica para ver qué hago con mis cacti en invierno y la foto de cubierta me resulta tan fea que me sobresalto. Recapacito y me doy cuenta de que las flores retratadas son poco atractivas porque son reales; tanto, que se parecen a las de mis propias macetas. Es natural, el manual se publicó en 1972 y entonces el mundo no era como hoy: un escaparate lleno de imágenes idealizadas e inalcanzables para incitarnos al consumo. La representación fotográfica tenía otro fin, el de ayudar a comprender.

Marx, Walter Benjamin Adorno ya nos previnieron contra este mal. En el arranque de la sociedad industrializada, ellos vieron como los grandes almacenes desplazaban a los mercados tradicionales y a las bodegas de artesanos. Desde finales del XIX se generalizaron los escaparates, las galerías comerciales, cobraron auge la moda y la publicidad. Los filósofos se olieron el cambio trascendental que el consumismo supondría. Por eso, entre otras cosas, es tan práctico para un país tener filósofos y facultades de filosofía: como los magos, adivinan el futuro y anticipan riesgos.

Fantasmagoría alimentaria

Nos advirtieron de que la apariencia de la mercancía en exhibición sería mucho más importante que su verdadera utilidad, el coste de fabricación o su necesidad. Hablaban de la «fantasmagoría», el espíritu que asignamos a los objetos de consumo y que los hace tan imprescindibles. Desde que la cocina entró a formar parte de la cultura y los chefs desplazaron a los artistas como intérpretes de la realidad y creadores de perfección y belleza, la comida también tiene fantasmagoría. Los recetarios llevan fotos espectaculares, imágenes alejadas de la realidad porque son a la vez sueños y deseos pero no guías. Es más importante seducirnos que enseñarnos, y solo secundario alimentarnos. Pero a mí no me la dan con queso, yo seguiré recurriendo, como las viejas cocineras, a recetarios sin foto.