Ventana de socorro

El Ramadán y el islam

Todas las religiones, incluida la católica, tienen normas sobre la dieta de sus seguidores

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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Un mes al año durante las horas de sol los musulmanes observan la prohibición de comer y beber. Cuando anochece, la familia rompe el ayuno con el iftar. Las calles se van llenando de vida hasta las dos de la madrugada, cuando se hace una segunda comida, el suhoor. Sobre las tres, todos se acuestan. Este año el Ramadán coincide con la entrada del verano y esa actividad nocturna con los niños jugando en las calles a medianoche me recuerda a mi primera visita a Mérida para el festival de teatro. El intenso calor estival también hace que en el sur de nuestro país los horarios se trastoquen y las madres saquen a los bebés a tomar la luna en lugar del sol.

El Ramadán es seguido por la gran mayoría en los países árabes. A nosotros, los europeos, que hemos renunciado a la práctica religiosa, nos es difícil comprender esa convicción, sobre todo porque hoy hablar del islam sin prejuicios, desde la comprensión y las limpias ganas de conocer, es casi imposible. Sin embargo, vale la pena comprometerse a averiguar los porqués del ayuno. Todas las religiones, incluida la católica, tienen normas sobre la dieta y una larga tradición filosófica que va desde los antiguos griegos a los hindús relaciona la espiritualidad y la reflexión con el cese de la ingesta de alimentos. El ayuno también es una herramienta poderosa para la protesta política o la íntima, como hacen las mujeres y niñas anoréxicas. Cuando al ayuno lo llamamos hambre porque no es voluntario, adquiere una carga económica y moral que nos acongoja y avergüenza hasta tal punto que nos cuesta mirarlo de frente.

Para aclararme con todo este asunto, leo El hambre de Martín Caparrós (Editorial Anagrama) y No entiendo el mundo árabe de Tahar Ben Jelloun (Editorial El Aleph). Frente a la teoría norteamericana de cargar a todas horas una botellita de agua y atiborrarnos, está la otra, la de aprender a vivir con menos, detener de vez en cuando la frenética actividad cotidiana y mirar hacia adentro.