Dos miradas

El quiebro de Mascarell

EMMA RIVEROLA

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Primero fue el socialistaFerran Mascarellal aceptar el cargo deconsellerde cultura del Gobierno nacionalista. Ahora, el también socialistaJoan Pluma,teniente de alcalde de Girona, se muda a la conselleria de la mano deMascarell.Las reacciones suscitadas por ambos movimientos oscilan entre la velada acusación de traición y el aplauso a lo que algunos consideran un ejercicio responsable de compromiso con el país.

¿Entrega? ¿Traición? Depende. Todo está sujeto a la concepción de qué es y para qué sirve un partido político. Si solo se entiende como un colectivo que aúna objetivos del grupo y ambiciones y proyectos personales, es lógico abandonar la asociación cuando ambos intereses divergen. Como el trabajador que ficha por la competencia atraído por la oferta de un mejor cargo o salario.

Pero, ¿un partido es únicamente eso? ¿Es esa la concepción que favorece el interés, la comprensión e, incluso, la admiración de los ciudadanos por la política? Quizá una de las causas de la manida desafección se encuentra en el difuso papel de los partidos. En apariencia más preocupados por mantener sus estructuras de poder que por erigirse en un auténtico vaso comunicante con la sociedad, un punto de reflexión sobre ideas -¿por qué nadie parece acordarse de ellas?- y un compromiso con ciertos valores comunes. La autocrítica sería un primer paso de acercamiento.