La rueda

No es lo que vale, es lo que cuesta

NAJAT EL HACHMI

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Para hacer una simple camiseta hay que cultivar el algodón, recoger las flores, procesarlas, hilar, tejer. Después se debe cortar, coser, planchar, empaquetar, distribuir y vender. Es evidente que el coste de todo este proceso, en el que intervienen cientos de personas, no puede ser el del precio que marca la etiqueta. ¿Quién paga la diferencia entre el coste real de una pieza y su irrisorio precio final?

La respuesta es poco glamurosa y nos llevaría forzosamente a las polvorientas tierras donde se planta el algodón o a las malolientes fábricas donde son confeccionadas nuestras piezas másfashion. Es la democratización de la moda, que los pobres del primer mundo vistan como en las revistas a costa de los habitantes del tercer mundo. Pero no son solo las llamadas marcas baratas las que juegan sucio con los derechos de sus trabajadores. También las consideradas de lujo, con precios desorbitados que bien podrían permitir dignificar el trabajo de sus asalariados, explotan tanto como les permite la legislación particular de cada país a todo aquel que necesite el trabajo. Pasee por cualquier tienda de este nivel y descubrirá que un traje de 2.000 euros también se cose en Bangladés. Eso si tiene la suerte de toparse con unfabricado en, porque a menudo estas marcas lo sustituyen por un tramposodiseñado enque no quiere decir absolutamente nada.

Ya hace años que a la industria textil se le piden explicaciones, pero la respuesta a los interrogantes de los consumidores ha sido la de dar a conocer lo que llamanresponsabilidad corporativa. La misma empresa Phantom-Tac, corresponsable del derrumbe de la fábrica de Dacca, tenía hasta anteayer colgada en su página web una «política social». Y es que no hay mancha de sangre que se resista a una buena página web.