La clave
¿Qué hacemos con el florero?
Visto el farol de Puigdemont, o investidura o elecciones, ahora JxCat y ERC negocian cómo darle una salida digna
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Se acabó la impostura. La negativa de Roger Torrent a simular una estéril (y punible) investidura y la abatida confesión del candidato ("Esto se ha acabado. Nos han sacrificado") han desvelado el secreto peor guardado: Carles Puigdemont ni es ni será 'president' de la Generalitat.
Siempre lo supo ERC. Y el PDECat. E incluso el menguante núcleo de acólitos que le rinde pleitesía. Solo que nadie osaba verbalizarlo, y aún menos decírselo a la cara. Hasta que él mismo se lo confesó a Toni Comín en un desahogo privado que, inopinadamente, quedó a la vista de todos... en una sala repleta de cámaras de televisión. Inexplicable.
Desde que Telecinco difundió el miércoles los mensajes de Puigdemont, las siempre tensas relaciones entre Junts per Catalunya y Esquerra, paradójicamente, se han dulcificado. Visto el ‘farol Puigdemont’ -investidura o elecciones-, a la frágil ‘guardia de corps’ del aspirante se le han bajado los humos, mientras emerge el posibilismo posconvergente y los republicanos superan sus complejos.
El espantajo de una repetición electoral sigue sobre la mesa, pero ya casi nadie tiene ganas de jugar a la ruleta rusa. Por vez primera en mucho tiempo, en la (mal avenida) familia independentista remiten los impulsos suicidas.
Papel ornamental
Aparentemente hay voluntad de reorientar la negociación, anteponiendo el programa y la composición del Govern (para entendernos, el reparto del poder) al futuro papel del 'expresident'. "Si llegamos a un acuerdo, ya veremos dónde ponemos el florero", resume gráfica y cruelmente uno de los negociadores. La presidencia "simbólica" del autoexiliado Puigdemont, apuntada desde la cárcel por Oriol Junqueras, es la más digna de las opciones barajadas.
Porque, desengáñense los crédulos, ejercer una función ornamental es a todo a lo que puede aspirar Puigdemont. Él mismo trazó su destino cuando dejó la "república catalana" sin hacer y huyó a Bruselas para burlar a la justicia. Quienes el 21-D se creyeron la trola de que votándole facilitaban su retorno tienen derecho a estar enojados, pero no con quienes siempre alertamos de que una mentira mil veces contada no se convierte en verdad.
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