Que diez años no son nada

U na familia lleva 10 años viviendo aquí. El padre vino en una época en la que pocos eran los autóctonos que querían trabajar de albañiles y menos aún de simples peones. La construcción no paraba y los especuladores se hacían ricos. Este hombre vino con una oferta de trabajo en origen: esto significa que una empresa de aquí lo contrató porque no encontraba trabajadores. También significa que no infringió ninguna ley ni para entrar en el país ni para quedarse. Que no se subió a ninguna patera ni se saltó ningún control fronterizo. Si llegó un sábado, el lunes por la mañana ya estaba en la obra con el permiso de trabajo en regla. Al cabo de un par de años largos de trámites se pudo traer a la mujer, entonces con un hijo que con el segundo embarazo convirtió la unidad en familia numerosa porque fueron gemelos. La señora se apuntó a clases de catalán cuando los pequeños empezaron a ir al colegio. Ya puede entender, si se esfuerza, los documentos que le mandan. Tres horas semanales no dan para más. Es tenaz, ahorradora, cumplidora en todo lo que puede cumplir. Lo ha sido siempre hasta ahora. Hará cosa de un año que su marido se quedó sin trabajo.

Ahorra, no gasta nada que no necesiten. A principios del curso, al hijo mayor le tuvieron que comprar el portátil que pedía la escuela, 150 euros, la mitad de lo que vale: fue un esfuerzo económico importante. Más los libros. No se queda en el comedor, que para algo ella está en casa. Le ha tocado un instituto que no ha elegido, concertado. Le piden que pague las cuotas como hace todo el mundo. Paga una parte, dice que no puede asumirla toda. Como se defiende bastante bien con la lengua le explica a la secretaria del centro que su marido no trabaja. Como entiende bastante bien la lengua, no puede dejar de oír cuando obtiene una respuesta clara de las que te quedan grabadas de por vida: «Si no tiene trabajo, ¿a qué esperáis para volver a Marruecos?»