El turno

Prometeo, en la Generalitat

JORDI MERCADER

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La cabeza y el corazón del político viven en permanente tensión, especialmente cuando ejercen el poder. El ciudadano Artur Mas es independentista, pero el Molt Honorable Mas, no, al menos de momento. Este es el mensaje lanzado por el propio presidente para evitarse un pronunciamiento explícito ante la consulta soberanista convocada para muy próximamente en Barcelona.

A la parroquia independentista no le ha hecho mucha gracia que el president de la Generalitat reprima sus impulsos más radicales, lo que hasta cierto punto es lógico, dado que ellos no entienden de coyunturas. A la congregación de españolistas tampoco le ha gustado, puesto que para estos la simple insinuación de una preferencia íntima soberanista es de por sí un alarde peligroso. Otros ciudadanos la considerarán una muestra de alarmante indecisión, si no una doblez, y otros, una demostración palpable de prudente criterio del buen gobernante.

La dialéctica entre el seny y la rauxa es cosa muy catalana y yo diría incluso que positiva. Aunque sospecho que en algunos casos no es más que márketing político. La idea del gobernante que se debate como un titán entre lo que quisiera hacer y lo que hay que hacer por duro que le parezca al ciudadano, y muy especialmente a sus seguidores más fervientes, ofrece siempre una imagen de responsabilidad y madurez envidiables.

Ahora mismo, el Gobierno catalán tiene planteado un auténtico memorial de políticas que el corazoncito podría no entender, pero que el presidente deberá hacer. No es el caso de la participación en la famosa consulta, detalle que Mas podría haber despachado con un sencillo recordatorio: el presidente de la Generalitat participa de referendos oficiales y no de maniobras propagandísticas, por muy legítimas que sean la estrategia y el objetivo. Pero prefirió encomendarse al eterno patrón del ardid, apelando a una cierta épica del gobernante torturado. Ya saben cómo acabó Prometeo, encadenado.