Pequeño observatorio

Practico la tensión dosificada

JOSEP MARIA Espinàs

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Escribí estas líneas antes de saber si el Barça había ganado la Liga o no. Cuando era adolescente, era socio del Barça e iba a ver todos los partidos. Me quedaba desde el principio hasta el final, allí en la grada, de pie, en medio de señores que a menudo fumaban puros y que aplaudían a los jugadores o protestaban decisiones del árbitro a gritos, según la ocasión.

Cuando ya tuve más años y apareció la televisión, veía los partidos desde casa. Ya no formaba parte de una multitud de aficionados. Era otra cosa: como si el partido solo lo jugaran para mí. Y poco a poco, me di cuenta de que, mirando los partidos solo, en algún momento me ponía nervioso. En el campo había sido un espectador más, y ante cualquier jugada crítica la tensión se repartía entre todos los aficionados que tenía alrededor. Sin embargo, sentado en el sofá y sin la complicidad con otros, estaba demasiado tenso. Y a menudo sufría.

Ahora que tengo ya muchos años, veo los partidos a trozos. Y si las cosas no van bien para el Barça, bajo mucho el volumen del aparato y me dedico a hacer algo por casa. No quiero estar pendiente de cada córner, de cada falta peligrosa. Si en algún momento el locutor grita más, miro la pantalla del televisor. ¡Ah, el equipo ha estado a punto de marcar un gol! Acto seguido, vuelvo a desentenderme del juego.

Si ganar o perder depende de un gol –es decir, del azar–, solo estoy atento los últimos tres o cuatro minutos del partido. Es decir, dosifico el sufrimiento. Sin nadie al lado. sin poder desahogarme, cualquier larga angustia me parece que no es recomendable para mi salud.