LA CLAVE
¿Por qué Rajoy ignora a los 'bots'?
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Una ola de pánico sepulta a los jóvenes europeos. Andan convencidos de que los robots les dejarán sin vivienda, sin vacaciones, sin coche y casi sin nada que echarse a la boca. Hablar con ellos sobre tecnología deja muy mal sabor de boca. Por primera vez en décadas, los jóvenes en Europa no son los adalides del progreso. Se han vuelto tremendamente conservadores, aunque la manera que tengan de expresarlo sea siendo antisistema, bien de derechas (Frente Nacional o 5 Stelle) o de izquierdas. Los jóvenes europeos tienen miedo a los robots como sus antepasados lo tuvieron a la máquina de vapor. Sus primeros años de implantación fueron terroríficos: el hambre se apoderó de media Europa cuando los campesinos fueron expulsados de las explotaciones agrarias y llegaron a unas ciudades en las que les ofrecían trabajos precarios y mal pagados, con salarios forzados a la baja por la irrupción del trabajo infantil y femenino al desaparecer la fuerza física como elemento competitivo. Europa necesitó un par de revoluciones sangrientas para entender dos cosas: que la automatización del trabajo obliga a un nuevo pacto social y que reducir el coste de la producción sirve de bien poco si la riqueza no se reparte para que aumente el consumo.
La aplicación de estos principios generales al tiempo actual y a la España contemporánea la explicó perfectamente Jordi Sevilla en su debut en este diario. Europa no tiene un problema con la tecnología sino con el trabajo. Y el miedo de sus jóvenes no es más que el reflejo de la falta de perspectiva en este debate. Mientras la ministra Báñez luce la estadística del paro, la realidad es que el modelo español consiste en que cada mes hay más ocupados a costa de estar peor ocupados. Lo que el gobierno español obvia es que el salario de los robots tiende a cero, de manera que el futuro de la competitividad española es negro. El asunto de fondo lo llevan dos años debatiendo en Davos: el trabajo ya no sirve como instrumento de distribución de la riqueza. Falta saber si el Estado sirve, por la vía de los impuestos, para sufragar una renta básica o surge alguna alternativa.
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