El placer de los sentidos

Barcelona debe ser una ciudad con mucha gente 'contracturada' en busca de relajación muscular

CARLES SANS

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Algunos vecinos de mi barrio andan alterados. Resulta que, de la noche a la mañana, justo al lado del convento de monjas de toda la vida se ha abierto un local de lo más misterioso que ha dado mucho que hablar al vecindario.

El rótulo de la fachada, de nombre asiático, lleva un subrótulo de lo más prometedor: «El placer de los sentidos». No parece un negocio transparente, me refiero a que desde el exterior no puede distinguirse nada de lo que dentro se vende, no hay ni cristalera ni escaparate, así que uno ha de echar mano de su imaginación para suponer de qué va esto. En cualquier caso, no hace falta ser Sherlock Holmes para adivinar a qué clase de placeres debe referirse el anuncio. Como tampoco hay que ser Hércules Poirot para saber qué hay detrás de los gruesos muros del convento: un precioso claustro, con sus palmeras y todo, lo que, por cierto, desconocen muchos barceloneses.

A los pocos días de haberse inaugurado el local, un vecino de escalera me interrogó. «¿Será un bar de copas?», me dijo con cara de saber que no lo era. Y prosiguió: «Ha de haber de todo en la viña del Señor». Sí. «Además -le dije-, si alguna se arrepiente tiene muy cerca la puerta de donde ir a resarcirse». A lo que él se apresuró a preguntarme: «¿A cuál de las dos puertas se refiere usted?».

Si uno pone en Google «masajes eróticos en Barcelona», le salen 191.000 entradas. Así que parece que esta es una ciudad de mucha gente contracturada en busca de relajación muscular. Cuando más pacientes tienen esos centros es en los congresos internacionales como el MWC o Alimentaria, en los que algunos chóferes de limusinas abastecen, a base de comisiones, muchos de los locales. La verdad es que va siendo hora de que se tomen cartas en este asunto y la Generalitat se plantee regular unos negocios que manejan ingentes cantidades de dinero y muchas vidas que proteger.