Al contrataque

Perros en el restaurante

¿No deberíamos pensar que también nosotros necesitamos límites, adultos como somos, con o sin perro?

perro en la barra de un bar de Barcelona

perro en la barra de un bar de Barcelona / periodico

SÍLVIA CÓPPULO

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Pasión, derechos, mal olor, gritos, niños, pelos, camareros, dueños, padres, cacas, cocinas, llantos, restaurantes y perros. El sociólogo Salvador Cardús escribe: «Que avisen en la entrada. Si entran perros, yo me quedo fuera». La escritora Marta Rojals responde: «Si eso quiere decir que no entrará gente a la que no le gusten los perros, sí». La periodista Pilar Rahola retuitea: «Quien no ha vivido con animales domésticos nunca lo entenderá, por ignorancia». La red coge potencia. Hemos preguntado: ¿le parece bien que en los restaurantes puedan entrar los perros? En pocas horas, casi mil personas nos responden en el Twitter @lavidacatradio. Dos de cada tres están en contra (66%), y un tercio, a favor (34%). Lo mejor son las razones esgrimidas. «Hay niños maleducados que gritan en los restaurantes, y si son pequeños lloran y te estropean la comida». «En realidad los maleducados son los padres, y a los adultos nadie les prohíbe la entrada». «Allí donde hay perros, hay restos biológicos que se mezclan con la ensalada». Suciedad. Mal olor. Falta de higiene. «¿Y las cocinas? ¿Alguien las ha mirado? Las hay más sucias que los perros». «¿El tamaño del perro no importa? ¿Y el bozal? ¿Atados o no? ¿Y si se echan encima de mi bebé? Porque al fin y al cabo los animales son animales [justificación de posibles conductas agresivas e insospechadas] y los niños son niños [justificación de que les dejemos gritar a pulmón abierto]». «Hay hoteles donde sí está prohibida la entrada de los niños». O sea, que se presentan como un nido de amor pero luego echan a la cría. «Es como muy nazi eso de prohibir la entrada de los niños», dice otro oyente. ¿La categoría nazi es cuantitativa ? ¿Se puede ser muy nazi o poco nazi? «Basta de imposiciones estatales», grita un antisistema que lo aprovecha todo para colocar el mantra. «Niños, perros, tabaco y nuevos ricos deberían estar prohibidos en restaurantes de categoría». Qué bueno, si eres rico tienes que serlo genéticamente para que te perdonen. Y países pet friendly: Alemania, Francia o Suecia, donde los perros no gritan, y los dueños tampoco. Ah, nord enllà, que decía el poeta, «on diuen que la gent és neta, i noble, culta, rica, lliure, desvetllada i feliç».

El director adjunto de este diario Albert Sáez se pregunta en el libro El periodisme després de Twitter: «¿Las redes sociales son el reflejo de una nueva época, donde la democracia representativa estaría cuestionada por la pulsión deliberativa... y la Ilustración por la cultura posmoderna del yo?». O sea, yo decido qué quiero, cómo lo quiero y quiénes serán mis otros que quiero encontrar en los lugares a los que quiero ir: gente como yo, mis clones. Tengo todo el derecho. ¿Respeto? ¿Tolerancia? ¿Límites? Si la semana pasada decíamos que los psicólogos de Sant Joan de Déu recomiendan que los pongamos a los adolescentes para tratar de mantener su salud mental, ¿no deberíamos pensar que también nosotros necesitamos límites, adultos como somos, con o sin perro?

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