La rueda

Al olor de la carroña

Algunos presentan la agresión a Rajoy como un efecto desastroso de la competencia política

ANTÓN LOSADA

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El menor que agredió a traición a Mariano Rajoy, ante la sorprendente pasividad de su más que cuestionable servicio de seguridad, ha sido calificado por la policía de «descentrado». Presenta un historial de depresión, ansiedad y problemas de inadaptación y conflictividad en su entorno familiar y educativo. Hay que puntuar muy alto en la escala del cinismo para vincular directamente su injustificable violencia con su ideología, la campaña, la política o un imaginario estado general de odio contra el Partido Popular. Casi tanto como para justificar su puñetazo invocando las decisiones del gobernante y el dolor que han podido infligir a tantos ciudadanos.

Resultaría estrambótico que a alguien se le ocurriese relacionar la agresión con la calidad y la pertinencia de la educación privada en España, dada la matrícula del menor en algún selecto colegio privado. A nadie en su sano juicio le pasaría por la cabeza establecer una relación causal entre su conducta violenta y su pertenencia a una familia acomodada, que se mueve en los mismos círculos pontevedreses que la propia familia Rajoy. Ni siquiera parece muy justificado conectarla con el submundo de los ultras futboleros que se arrejuntan en manadas los días de partido para ir de cacería.

Los políticos y los medios de comunicación que se han lanzado como buitres a convertir la historia personal de un chaval que era una desgracia en una consecuencia desastrosa de la legítima competencia política saben todo esto. También saben que lo único que hacen es revolver en la carroña para intentar sacar tajada afirmando que quienes critican con más o menos dureza la gestión de Rajoy y el Partido Popular han sembrado la violencia y han empujado al agresor a soltar el puño. En política no debería valer todo. En periodismo, tampoco.