¿Nada es negociable?
Al debatir el Estatut de 1979, las Cortes asumían la España plurinacional, pero hoy nos cuentan que no hay pacto posible entre el Estado y Catalunya
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
En estos tiempos de confrontación y dogmatismos, en los que al inmovilismo constitucional se opone un unilateralismo irracional, es aconsejable extraer lecciones de nuestra historia. Han pasado casi cuatro décadas desde que el Parlament y las Cortes pactaron el Estatut de Sau, que una vez aprobada la Constitución restituía el autogobierno a Catalunya.
Llama la atención el espíritu constructivo de debates como el celebrado el 13 de agosto de 1979 en la comisión constitucional del Congreso. Aunque la frágil democracia española vivía pendiente de la amenaza militar, allí se habló de Catalunya como nación, y de España, como Estado plurinacional.
Lo hizo el socialista <strong>Alfonso Guerra</strong>, el mismo que ahora rechaza la apuesta plurinacional de Pedro Sánchez y aboga por suspender la autonomía catalana. “El Estatut confirma una tendencia de todos los pueblos de España: España como nación de naciones”, defendió el número dos del PSOE antes de expresar su apoyo a “esa necesaria aspiración de identidad nacional de los catalanes”.
En las antípodas, el falangista Blas Piñar se opuso al Estatut porque, a su juicio, la introducción del concepto “nacionalidades” en la Carta Magna había convertido a España en “un Estado multinacional”: “A lo sumo, tendremos un Estado llamado España o, simplemente, Estado español.”
CALDERÓN Y CERVANTES
En nombre de Manuel Fraga, José María de Areilza expresaba su respeto a la “identidad política, histórica y cultural” de los catalanes y hablaba de “pueblos con identidad propia”. Y Antonio de Senillosa recordaba que “personas tan poco sospechosas como Calderón de la Barca o Cervantes emplean el término ‘nación catalana’”.
Claro que las cesiones eran entonces recíprocas. Así lo apuntó Macià Alavedra (Minoría Catalana): “El acuerdo no tiene por qué satisfacermos plenamente en todos y cada uno de sus puntos.”
38 años después, los políticos nos cuentan que el conflicto catalán no tiene arreglo, que nada es negociable: ni el referéndum 'sí o sí', ni la independencia 'ara o mai', ni el ‘statu quo’ petrificado. Cuando la historia nos dice que sin transacción no hay transición, tampoco nacional.
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